Opinión: César Chávez en la Casa Blanca

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Washington, D.C. Cesar Chavez, el líder histórico de la comunidad latina, nunca fue invitado a la Casa Blanca.

Al menos ocho presidentes pudieron invitarlo -Kennedy, LBJ, Nixon, Ford, Carter, Reagan, Bush Sr. y Clinton- pero no lo hicieron. Quizás porque Cesar hacía sentir muy incómodos a los poderosos. O tal vez porque le tenían miedo a alguien que había nombrado a sus perros “Boycott” y “Huelga”.

Una de las mejores cosas de Estados Unidos es esa voluntad de disculparse públicamente y de corregir errores. Por ejemplo, estoy seguro que, tarde o temprano, este país rectificará el gravísimo error de haber deportado a dos millones de personas en 6 años y el haber esperado casi tres décadas para legalizar a la mayoría de los 11 millones de indocumentados. Eso vendrá. Pero lo que ya ocurrió fue la invitación de Cesar Chávez a la Casa Blanca. 

Hemos visto el futuro, y el futuro es nuestro.

Hace unos días el presidente Barack Obama invitó a los actores de la nueva película “Cesar Chávez” -Michael Peña, América Ferrera y Rosario Dawson- y a su director, Diego Luna, a la Casa Blanca. Junto a ellos estaban Dolores Huerta -la principal aliada de Chávez en el sindicato de campesinos UFW-, Paul Chávez -el sexto de los ocho hijos del líder- y una docena de familiares. Yo estaba de testigo y aquello fue una fiesta. Cesar Chávez, por fin (y aunque de manera simbólica, en un film), había llegado a la Casa Blanca.

Esta es, curiosamente, la primera película que se hace de este héroe hispano. Alguna vez, en los años setentas, Robert Redford se acercó a Chávez para hablar de un posible proyecto pero no se concretó nada. Qué bueno; esa podría haber sido una caricatura de Hollywood.

El Chávez – de carne y hueso, pragmático, inspirador pero lleno de defectos, estudioso del poder, casi Ghandi, terco, celoso y visionario- que nos presenta Diego Luna es el de verdad. Así se lo dijo Dolores Huerta a Rosario Dawson, y su esposa Helen Chávez a America Ferrera y Paul Chávez a mí. A Paul casi se le salen las lágrimas mientras me lo decía; debe ser muy duro ver en una pantalla a tu papá y no poder tocarlo y abrazarlo.

La magia de Chávez radica en haber defendido y organizado a los más discriminados y vulnerables de Estados Unidos: los campesinos. El les llamaba “los menos”. Y al hacerlo abrió el camino para la creciente comunidad latina que tendrá 150 millones de habitantes en el 2050. “Hemos visto el futuro”, dijo Chávez en un discurso en 1984, “y el futuro es nuestro”.

No recomiendo muchas cosas pero hay que ver la película sobre Chávez y leerse la extraordinaria y minuciosa biografía que acaba de publicar Miriam Pawell “The Crusades of Cesar Chavez”. Son dos maravillosas miradas hacia atrás pero, también, una hoja de ruta.

Creo que nuestra presente fascinación con Cesar Chávez radica en en que los latinos somos cada vez más y tenemos urgentes problemas por resolver pero no existen suficientes líderes que hablen por nosotros. Hay, por ejemplo, solo tres senadores hispanos.

Pero aún sin Chávez se puede luchar como él. El “sí se puede” de Chávez y de Dolores Huerta –y que luego usó Barack Obama para su compaña electoral- es, en tres palabras, una filosofía para el éxito. Es el sueño americano condensado a su mínima expresión.

¿Qué haría hoy Cesar Chávez? muchos se preguntan, si no hubiera muerto prematuramente a los 66 años. Bueno, mágicamente se ha multiplicado en miles. Ese Chávez y su movimiento son la inspiración para los Dreamers de hoy en día, para los hispanos que rompen las barreras y tienen éxito en política, abriendo negocios y en el arte, y también para quien pronto será el primer presidente latino o presidenta.

Algo curioso ha pasado con Cesar Chávez. Nos ha hecho tanta falta por tanto tiempo que, de alguna manera, ahora ya es parte de todos nosotros.

 

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