No hay nada que pueda parar a un venezolano enojado. Y actualmente hay muchos venezolanos “hasta la coronilla”.
¿Por qué? La lista es larga, comenzando por la inflación más alta del continente, un dólar oficial con una paridad falsa, índices de criminalidad similares a la de zonas de guerra, gran corrupción y la preocupación por un fraude mayúsculo o “chanchullo” en las próximas elecciones para la Asamblea del 6 de diciembre.
Con la mayoría de los medios de comunicación tomado por los post-chavistas, se oyen pocas críticas al gobierno en radio y televisión. Es un “bozal de arepa”. Hay mucha censura y autocensura . Pero, como venganza, los venezolanos se han inventado un maravilloso lenguaje que describe a un país al borde del precipicio.
Venezuela está dividida entre “pitiyanquis” y “rojos rojitos”. Los términos medios han desaparecido. Si te opones al gobierno del gobernante Nicolás Maduro eres, según su definición, un “escuálido”. Pero los que siguen en el poder y se han enriquecido a sus anchas son llamados “boli-burgueses”; son los nuevos ricos de la revolución bolivariana (iniciada por el difunto líder Hugo Chávez en 1998).
Los líderes chavistas han demostrado que se puede ser, al mismo tiempo, socialista y multimillonario en dólares. (Con la actual inflación cualquiera puede ser millonario en bolívares.) Por eso les llaman “robo-lucionarios” a los que han multiplicado inexplicablemente sus “macundales”.
Hay todo un diccionario para describir sus componendas y corruptelas. Por lo tanto no es extraño tener que “echarse unos palos” con los burócratas maduristas y “pagar peaje” antes de negociar un “guiso”. Y siempre, claro, con whisky.
Venezuela, por razones que aún no comprendo, es uno de los principales consumidres de whisky del mundo. Al venezolano lo identificas en Londres, Buenos Aires o Tokio por la peculiar manera en que revuelve el hielo de su whisky con el dedo.
La corrupción es el nombre del juego. Muchas veces hay que “mojarle la mano” al “conchudo” funcionario público que da un permiso o un servicio que debería ser gratuito. Siempre ayuda estar “enchufado” o ser un “chupamedias” con alguien que tiene su pedacito de poder: el “tracalero” que se beneficia de los dólares preferenciales, el que sella el pasaporte o el del rinconcito en Pedevesa.
No importa cuanto “billullo” tengas en Venezuela. Ante la creciente escasez de productos básicos, es preciso “bachaquear” o hacer filas interminables. Y siempre hay que estar alerta para que nadie te vaya a “caribear” o engañar.
La vergüenza se ha ido perdiendo. Al burócrata “pata’e rolo” ya no le importa nada, ni que le griten “mala-cama” o “toripollo”. Actúa con la arrogancia del “muelero” porque sabe que está por encima de la ley. Los post-chavistas se creen superiores. Sobrevivieron la muerte de su líder histórico, demostraron que sí hay chavismo sin Chávez y hasta califican de “manganzones”, buenos para nada, a los que creyeron que la oposición podría desatornillarlos del poder.
Los opositores -en esas pláticas a vela durante los cada vez más frecuentes apagones- consideran que Maduro es un “batequebra’o”. Pero esto no ha evitado que algunos artistas y cantantes “pasteleros” hayan “saltado la talanquera” y pasado de las guarimbas de la oposición al griterío del oficialismo en un abrir y cerrar de chequeras.
Esta hiriente creatividad en el uso del lenguaje no es exclusiva de los venezolanos. En el 2001 escribí un artículo llamado Come-solos y Come-siempre, sobre los abusos de una parte de clase política dominicana. Pero el artículo, en buena parte, se sostiene todavía y refleja la maravillosa inventiva del pueblo dominicano para describir a algunos de sus líderes más corruptos; unos roban solos y otros roban siempre. También, los nicaragüenses se inventaron el personaje del Güegüense para decirle al patrón con humor y sorna lo que no se atrevían a decirle en su cara.
Como los albures mexicanos, en Venezuela los insultos -cargados de humor y bilis- se dirigen a los de arriba. Le ha salido lo duro a Maduro (aunque vea pajaritos, se caiga de la bicicleta y diga penes por panes). Tan duro como esos dulces “rompemuelas”. Pero los venezolanos traen la lengua desatada y lo “jurungan” todo.
La mejor venganza, sin embargo, no está en las palabras sino en los votos. Las encuestas sugieren que la oposición va a ganar una mayoría en la Asamblea. Pero yo todavía tengo mis dudas: No confío en ningún gobierno que cuenta sus propios votos.
Pero, pase lo que pase, en Venezuela la calle ya votó con la lengua y el cambio se oye.