Es increíble y peligrosa la fascinación que todavía en este 2021 tienen tantos políticos latinoamericanos con la dictadura cubana, incluyendo al presidente de México, Andrés Manuel López Obrador.
Aas de poblaciones cubanas -bajo los gritos de “¡libertad!” y “¡abajo la dictadura!”- AMLO salió en defensa del régimen de La Habana. ¿Cómo defender a una tiranía de 62 años? Es de una enorme incongruencia querer democracia para los mexicanos pero no para los cubanos.
Las declaraciones de AMLO en el aniversario del natalicio de Simón Bolívar -exaltando los supuestos triunfos de la revolución cubana pero evadiendo totalmente las violaciones a los derechos humanos, los prisioneros políticos, la censura, la absoluta falta de democracia y a los tres tiranos que han gobernado la isla con brutalidad desde 1959- son preocupantes y muestran una terrible (y voluntaria) ceguera sobre la realidad cubana. Hablemos claro: Cuba no debe ser nunca un ejemplo a seguir para México ni para ningún país latinoamericano.
Pero las declaraciones de AMLO -un presidente elegido legítimamente por más de 30 millones de mexicanos y que gobernará hasta el 2024- no debieron sorprendernos. Su debilidad ideológica por la tiranía cubana siempre fue evidente. En una entrevista en mayo del 2017 se negó a llamar “dictadura” al régimen de Cuba y “dictador” a Nicolás Maduro de Venezuela. Me dijo que no quería engancharse en esos temas y que lo hacía, además, para respetar el principio de no intervención en los asuntos internos de otras naciones.
Este es parte de nuestro intercambio (que pueden ver aquí https://youtu.be/FsCdYbSCXCU ):
-“¿Usted cree que Nicolás Maduro es un dictador?
-No lo voy a juzgar. Eso se los dejo a los que nos están escuchando.
-(En Venezuela) hay violaciones a los derechos humanos.
-Muy lamentables.
-(Maduro) desmanteló la Asamblea. Hay decenas de muertos. Hay prisioneros políticos.
-Yo no estoy a favor del autoritarismo en ningún lado.
-La pregunta es si Nicolás Maduro es un dictador.
-No quiero meterme en ese asunto.
-¿Por qué no?
-Tenemos principios de política exterior. No intervención y autodeterminación de los pueblos
-¿Pero la defensa de los derechos humanos no va por encima de la soberanía de un país?
-Sí. Pero también, en este caso, hay que hacer valer el principio de no intervención…
-¿Por qué no se atreve a criticar una dictadura?
-Porque no quiero que se metan después en las decisiones que solo corresponden a los mexicanos.
-¿Ya le podemos llamar a Raúl Castro dictador (En Cuba)?
-No. Yo no le llamaría a nadie así.
-Señor López Obrador, Cuba es una dictadura desde 1959. (Raúl) fue puesto por dedazo por Fidel en el 2008. Usted se quejó de los dedazos en México. ¿Por qué no quejarse del dedazo en Cuba?
-Esas fobias, Jorge. Yo creo que tú estás en el papel de periodista. Tienes el derecho de preguntarme todas esas cosas. Yo también tengo el derecho a no engancharme con esos asuntos. No voy a meterme en eso. Soy respetuoso”.
Y por no querer engancharse, López Obrador se ha puesto del lado de las dictaduras de Cuba y Venezuela, del lado equivocado y oscuro de la historia. Ser neutrales ante una dictadura es ser su cómplice. Y eso que tanto respeta en esos países no lo queremos en México. AMLO podría ser un importante e influyente líder regional en defensa de la democracia. Pero ha decidido otra cosa.
El domingo pasado los mexicanos tuvieron la oportunidad de participar en una consulta popular para buscar un “esclarecimiento” de las decisiones tomadas por varios expresidentes mexicanos.
Independientemente de los resultados, la incomprensible pregunta que tuvieron que contestar millones de mexicanos dejó muchas cosas volando y difícilmente concluirá con juicios a los expresidentes Enrique Peña Nieto, Felipe Calderón, Vicente Fox, Ernesto Zedillo y Carlos Salinas de Gortari.
Pero pongamos un ejemplo concreto. Si AMLO de verdad está convencido de que hubo fraudes electorales en el 2006 y 2012 -que evitaron su llegada a la presidencia- no necesita una consulta popular. Basta con iniciar una investigación seria o crear una comisión de la verdad.
Y ya que está en esas, que le pregunte a Manuel Bartlett -uno de sus principales asesores a cargo de la Comisión Federal de Electricidad- sobre el mayúsculo fraude de 1988 (cuando él era Secretario de Gobernación). México, con el Partido Revolucionario Institucional en el poder (1929-2000) fue un cochinero político marcado por fraudes, matanzas y robos. Hay mucho que rascar.
Sin embargo, no creo que AMLO de verdad se quiera meter a investigar y castigar a expresidentes. Los mexicanos siempre estamos pisando el pasado. Pero el presente es tan urgente -con el crimen y la pandemia- que no parece haber suficiente capital político ahora para lanzar una empresa de tal envergadura. Fíjense en lo que me dijo al final de esa misma conversación que tuvimos en el 2017:
-“¿Peña Nieto es corrupto?
-Sí
-La casa que su (ex) esposa, Angélica Rivera, compró por siete millones de dólares de un contratista gubernamental ¿es un acto de corrupción?
-Sí. Pero no solo eso.
-Si usted llega a la presidencia ¿usted va a enjuiciar a Angélica Rivera y a Peña Nieto por ese ‘acto de corrupción’?
-Yo no voy a actuar -contrario a lo que se dice- de manera autoritaria. Va a haber estado de derecho. No va a haber persecución…
-¿Va a enjuiciar a Peña Nieto por corrupción por la casa que su (ex) esposa compró?
-No. Eso lo van a hacer los jueces”.
Y luego me soltó una frase que describía, la que parece ser, su verdadera intención: “Sencillamente no quiero poner el énfasis en la persecución porque no creo que eso sea lo que el país requiere”.
Si todo esto es cierto, entonces ¿de qué sirvió la consulta? La respuesta crédula y positiva es que el gobierno está sinceramente interesado en la repartición de la justicia. Nunca ha sido enjuiciado en México un expresidente y nos sobran razones para hacerlo.
La otra respuesta, más cínica, es que AMLO necesitaba un distractor para ocultar sus terribles fallas en el manejo de la pandemia y la criminalidad. Ha fracasado en lo más esencial: proteger la vida de los mexicanos. Y no hay nada más efectivo para distraer la atención de la gente que encontrar un enemigo odioso -un villano favorito- y lanzarse contra él. El espectáculo de enjuiciar a un expresidente (o a varios) sería viral, consumiría meses, quizás años, y sin duda marcaría la historia.
Como quiera que sea, México transita por caminos inexplorados y no hay un mapa muy claro. Viene duro. Estos son tiempos nuevos.