Opinión: Al virus le gusta tu cara

Por Jorge RAMOS

¿Cuántas veces te vas a tocar la cara mientras lees esta columna? En un momento te doy los datos que tengo. Pero este comportamiento explica por qué el coronavirus se ha extendido por todo el planeta. Ha sido un brutal ataque a través de nuestras caras. No hay nada que le guste más a este virus que tu boca, tus ojos y tu nariz.

Nos tocamos la cara, en promedio, 23 veces cada hora. Esos son los resultados de un estudio de la Universidad de South Wales. Entre los estudiantes que participaron en el experimento, el 44 por ciento se tocó áreas mucosas (ojos, nariz, boca y oídos). Y esas partes de la cara son, literalmente, zonas de cultivo para el coronavirus.

Otra investigación, del American Board of Family Medicine, encontró que nos tocamos los ojos, la nariz y la boca un promedio de 19 veces cada dos horas. Ambos estudios concluyeron que una mayor conciencia de todas las veces que nos tocamos la cara ayuda a una mejor higiene y menos infecciones.

Después de leer estos experimentos, y de pasar un par de sustos con el coronavirus, me toco mucho menos la cara. Estamos desarrollando una especie de alarma interna cada vez que hacemos algo -tocarnos la cara o superficies, acercarnos demasiado a alguien, ir al supermercado sin tapabocas…- que nos ponga en peligro de contagio. Pero no siempre fue así.

El domingo primero de marzo un sacerdote de la iglesia Christ Church Georgetown saludó de mano y le dio la comunión a más de 500 personas, según reportó originalmente la agencia AP y The Washington Post. Bueno, poco después se supo que ese sacerdote dio positivo en la prueba del coronavirus y las autoridades locales de Washington D.C. le pidieron a los feligreses que estuvieron en contacto con él que se pusieran voluntariamente en cuarentena.

Eso ocurrió hace menos de dos meses y es increíble pensar cómo nos ha cambiado la vida desde entonces. La normalidad ya no será lo que fue en el 2019. Y esto va para largo. Un estudio de la escuela de salud pública de la Universidad de Harvard consideró que “un distanciamiento social intermitente será necesario hasta el 2022… a menos que un tratamiento o una vacuna esté disponible”.

Hay tantas cosas que no sabemos sobre esta enfermedad. Por ejemplo, como padre de un universitario, no sé si Nicolás va a regresar a la escuela este otoño y si podrá jugar futbol americano antes del 2021. Las cosas no pintan bien.

Lo que sí hemos aprendido es que los cambios de nuestro comportamiento tienen resultados muy concretos. El distanciamiento social y el estricto confinamiento en nuestras casas ha aplanado la curva de contagios y muertes en varios países. Es esperanzador y aleccionador cómo miles de millones de personas modifican su conducta por un bien común. Es, sin duda, para aplaudirnos.

En un futuro próximo quizás lo único que nos quede como saludo sea eso: aplaudirnos de lejitos, tocarnos con una mano el pecho (cerca del corazón), o unir las dos manos como en una plegaria. Y no sé en que va a quedar esa curiosa costumbre mexicana de saludarse de mano, luego darse un abrazo con tres palmaditas en la espalda, y finalizar con otro fuerte apretón de manos.

De hecho, el futuro del saludo de manos está en serio peligro. “No creo que nos debamos saludar de mano otra vez”, dijo el doctor Anthony Fauci en un podcast del Wall Street Journal. El director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciones -que se ha convertido en una voz sabia y precavida en esta crisis frente a los exabruptos presidenciales- agregó que dejar de saludarse de mano “sería bueno para prevenir un contagio de coronavirus y reducir dramáticamente los casos de influenza en este país”.

Y todo esto me recuerda tanto a la doctora Aileen Marty, especialista en enfermedades infecciosas de la Universidad Internacional de la Florida (FIU). Nunca saludaba de mano. El manejo de crisis infecciosas en varios países le había enseñado que saludar de mano podía ser mortal. Antes de nuestras entrevistas, ni siquiera nos tocábamos los puños. De hecho, ella fue la que me enseñó a saludar con los codos en una época en que todavía era visto como de mala educación y falta de modales. De alguna manera, ella nos preparaba para lo peor. Un enemigo invisible estaba por llegar.

 

Ahora sí. ¿Cuántas veces te tocaste la cara mientras leías esta columna?

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