Los estadounidenses tienen que escoger qué tipo de país quieren ser: hostil a los extranjeros, cerrado al mundo y prejuiciado contra las minorías -como sugiere Donald Trump- o generoso, abierto e incluyente, como ha sido su tradición durante más de dos siglos. La decisión debería ser fácil. Pero no lo es.
La caravana de refugiados centroamericanos que llegó hace unos días a la frontera entre Tijuana y San Diego fue recibida con frialdad y sospecha por parte de las autoridades migratorias de Estados Unidos. ¿Por qué? Porque su jefe, Trump, ya se había encargado de presentarla falsamente como un grupo de delincuentes. “CRIMEN”, escribió Trump en un tuit, al referirse a la caravana.
Trump propaga la idea de que Estados Unidos está siendo invadido por “bad hombres”. Pero la realidad es muy distinta. No hay ninguna invasión. El grupo que llegó a la frontera estaba compuesto, en su mayoría, por adolescentes, madres con niños menores de edad y hombres huyendo de la violencia en Honduras, Guatemala y El Salvador.
¿Qué harías tú si vivieras en Tegucigalpa o en San Pedro Sula y las pandillas quisieran reclutar a tu hijo o amenazaran con violar a tu hija? ¿Te quedas o te vas? Ante la pobreza, la falta de una verdadera democracia y la ausencia de un estado que te proteja, muchos hondureños han decidido huir. Para un padre o una madre, esa es la decisión más importante de su vida. Prefieren estar en un centro de detención en Estados Unidos -y en un limbo legal- que arriesgarse a que le hagan daño a su familia.
Los entiendo. Creo que yo haría lo mismo. Pero en Estados Unidos no les han dicho Welcome. La realidad es que Estados Unidos se está convirtiendo en una nación poco amigable con los extranjeros, particularmente con los más perseguidos. El procurador general, Jeff Sessions, acaba de anunciar que los padres que entren ilegalmente con sus hijos serán acusados de contrabando y separados de ellos. Eso se llama crueldad. Amnistía Internacional calificó esta política como “monstruosa”. ¿Estados Unidos quiere ser conocido como el país que separa a los padres de sus hijos?
Estados Unidos, le guste o no, tiene una gran responsabilidad a nivel planetario. Ser el país más rico y poderoso tiene sus consecuencias. Sus políticas económicas, su trato al medio ambiente y su despliegue militar tiene un fuerte impacto mundial. Un ejemplo: no es ninguna coincidencia que uno de los países con más refugiados en el mundo sea Afganistán, donde Estados Unidos ha tenido la guerra más larga de su historia.
Lo mismo ocurre en este hemisferio pero por razones distintas. La guerra contra el narcotráfico en Colombia, Perú, México y Centroamérica -cuyo propósito es desmantelar los carteles y sus rutas hacia el norte- ocurre, en parte, por los más de 25 millones de estadounidenses que usan drogas. Este es un gigantesco mercado de narcóticos. La guerra contra el narcotráfico debe ser una responsabilidad compartida. Pero, hasta ahora, Estados Unidos pone los consumidores y América Latina los muertos.
Tampoco es un secreto que muchas de las armas que utilizan los narcos en México provienen de Estados Unidos. Así que cuando se aparecen 100, 500 o mil refugiados centroamericanos en su frontera sur, Estados Unidos no puede decir que no tiene nada que ver con eso.
Entiendo que Trump es un presidente anti-inmigrante y que sus comentarios racistas lo delatan. Trump nos ha enfrentado a todos con un dilema moral. Los insultos y comentarios despectivos del presidente no apelan a lo mejor de los seres humanos. Pero eso no quiere decir que Estados Unidos tenga que ser igual que su presidente.
Los grandes países son juzgados por la manera en que tratan a los más vulnerables y perseguidos, no a los ricos y poderosos. Y yo sigo creyendo que Estados Unidos, a la larga, hará lo correcto.
Es, quizás, ese optimismo incorregible de los que somos inmigrantes. Nos fuimos de nuestro país porque creíamos que en otro lugar nos iba a ir mejor. Es, casi, un acto de fe. Estados Unidos ha sido muy generoso conmigo y con mi familia. Y ahora solo espero que trate con la misma generosidad a los que han llegado después de mí. Se trata simplemente, de decidir qué país -y qué tipo de persona- queremos ser.