Osmán López es un “dreamer” que vive en la frontera entre la realización de los sueños de toda su vida y la inminencia de una pesadilla personal y familiar.
A los 15 años llegó a los Estados Unidos con una maleta llena de ilusiones y de las memorias de su infancia en su natal Honduras. Fue traído por sus padres con una visa religiosa, pero en alguna escala de su vida americana perdió el estatus. Fue un comienzo duro. Sin hablar inglés, batalló en la escuela, pero logró graduarse. Cuando quiso entrar a la universidad, se topó con un muro infranqueable por estar indocumentado.
Su padre perdió el empleo que los trajo a los Estados Unidos y la familia tuvo que mudarse constantemente, en ocasiones pidiendo albergue en casas de familiares en el sur de la Florida.
Las vicisitudes económicas provocaron lo impensable: la familia se vio forzada a separarse. Fue un golpe fuerte para una familia muy unida que había emigrado para mejorar, no para dividirse.
En 2012, siete años después de haber llegado a los Estados Unidos, todo cambió gracias a la histórica decisión del entonces presidente Obama de autorizar a través de una orden ejecutiva el Programa de Acción Diferida para Llegados en la Infancia (DACA).
“Fue una emoción que no puedo describir. Se me aceleró el corazón. DACA cambió mi vida. Me dio la oportunidad de ir a la universidad, de trabajar, de perseguir mis sueños”, comenta Osmán con su sonrisa eterna, su voz entrecortada y los ojos llenos de sentimiento.
Por su situación económica, Osmán sólo pudo cursar una o dos materias cada semestre. Primero ingresó al Miami-Dade Community College y después a la Universidad Internacional de Florida (FIU). Al cabo de 10 años de estudio, trabajo y sacrificio familiar, el “ dreamer” hondureño cumplió su sueño y se graduó en Producción de Música y en Medios Informativos Electrónicos.
Gracias a su profesionalismo y dedicación recibió una oferta de empleo en Washington, DC, en la misma empresa –ubicada a unas cuadras de la Casa Blanca-- donde hizo sus prácticas de becario. Todos los días trabaja largas horas como ingeniero de sonido y productos de un importante programa radial dirigido a la comunidad hispanoparlante de los Estados Unidos.
Su trabajo le impidió estar en la Suprema Corte de Justicia para sumarse al coro de voces que piden de los 9 magistrados una solución justa para los 690,000 soñadores. Pero Osmán los acompañó con su corazón y sus oraciones, con la esperanza de que lleguen a una solución que finalmente de certidumbre a su vida.
A sus 30 años, el viaje de Osmán desde los arrabales de su natal Honduras, hasta su trabajo en las cercanías de la Casa Blanca, llegó a una bifurcación en el camino: una ruta lo conduce a la realización de sus sueños y a la recompensa por su esfuerzo y sacrificio; la otra ruta lo empujará a la incertidumbre, la clandestinidad y la desesperanza.
La gran pregunta es si la clase política de todos los colores, los magistrados y la sociedad en su conjunta estaremos a la altura de estos “soñadores” que nos han dado un ejemplo de entrega, patriotismo y carácter que representan lo mejor del espíritu americano. Merecen una solución justa, digna y permanente. Nada más y nada menos.
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