Eran tantas que apenas se podía caminar; la marcha protagonizada por más de 80 mil mujeres efectuada recientemente en México alcanzó ribetes antológicos, y no podía ser de otra forma cuando se defiende la dignidad, cuando se sale al paso a los trogloditas, a esas personas (si se les puede llamar así), para quienes la vida de un ser humano, de una mujer, no vale nada.
Asesinar mujeres es un crimen abominable, repulsivo, como incuestionablemente lo es quitar la vida a un ser humano, sin embargo cuando el salvajismo, la pérdida de valores, el ensañamiento, la barbarie, se centra -cobardemente- en el mal llamado sexo débil, el rechazo no admite fronteras.
La indignación, la vergüenza, una protesta masiva, son las herramientas a blandir contra la violencia, más aun si viene acompañada de la impunidad, o será que ésta impulsa a aquella.
¿Cómo puede quedar impune un brutal asesinato, y otro, y otro? Cuánto de bestia hace falta para matar a alguien, para matar a una joven (Ingrid Escamilla), paradójicamente el Día del Amor y la Amistad, o para asesinar a la niña Fátima.
Las noticias precisan que México, un país hermoso, de gente buena y trabajadora, hospitalario, solidario por más señas, tiene también lugares donde se registran (cuesta creerlo) 10 asesinatos de mujeres al día. No, es inconcebible e inadmisible.
Nadie puede asombrarse de la irritación, la ira, el enojo, que imperaron en la mencionada marcha, matizada por los colores verdes y morados. Estos asesinatos no se tratan de una acción aislada.
Esta claro que la violencia engendra violencia, pero cómo explicarle a los familiares de las mujeres asesinadas eso de poner la otra mejilla. A grandes males grandes remedios.
Una nación inmersa en la llamada Cuarta transformación, no puede darse el lujo de permitir estas atrocidades. Cómo poner coto a la crisis de derechos humanos, de inseguridad, de miedo a salir sola. Las estadísticas hablan del crecimiento del feminicidio, desde 2012 a la fecha, de más del 137 por ciento.
Y mientras hay un debate en México entre homicidio y feminicidio, las sanciones a imponer, no hace falta bola de cristal, ni siquiera ser una persona medianamente despierta para percatarse que las mujeres llevan la peor parte, precisamente por eso, por ser mujer.
¿Quién piensa en las madres, en las hermanas, las esposas, las hijas, las vecinas, las amigas, las compañeras de trabajo? Con seguridad los bárbaros no. Entonces con ellos no puede temblar la mano.
La mujer, por lo que significa, merece el respeto, la consideración, el cariño, el respeto, un trato amable. ¿Qué es eso de agredir, de violar, maltratar, asesinar a una mujer... por el simple hecho de ser mujer?
El presidente Andrés Manuel López Obrador, al parecer no se muestra partidario de modificar el Código Penal, al menos en lo que respecta a sanciones por feminicidio, el fiscal general opina lo contrario, y como es de esperar, los familiares de las víctimas, quienes viven en un ambiente de miedo, tienen otras consideraciones, de ahí la multitudinaria marcha, el malestar, las ansias de justicia.
La pelota está en el bando de la justicia, de quienes tienen que tomar el toro por los cuernos, de quienes deben y tienen que defender la tranquilidad ciudadana a como de lugar, más aun si se trata de mujeres.