Editorial: Que la violencia y el odio no ganen la partida

Ojo por ojo y todo el mundo acabará ciego

                                 Mahatma Gandhi

La gira europea del mandatario Barack Obama no llegó a su fin, concluyó un día antes; el motivo fue la ola de violencia con su episodio más reciente: cinco policías blancos muertos en Dallas a manos de un ex militar, antes fueron asesinados dos afroamericanos en Baton Rouge y Minneapolis. Las protestas no se hicieron esperar.

Con la situación color hormiga en casa era muy difícil proseguir la gira.

El odio acumulado por años, el rencor, los traumas, tienen la última palabra, dan un golpe fuerte en la mesa, sin embargo urge apelar a la cordura, a los buenos sentimientos, al sentido común, para tratar de frenar algo con pintas de bola de nieve.


Asolapada o no la discriminación se abre camino. ¿Por qué siempre llevan la peor parte los afros y los hispanos? Aunque no son mayoría étnica sí lo son dentro de los centros penitenciarios en muestra inequívoca de que algo anda mal, muy mal.

Largos años de esclavitud, el sentimiento de que estos son superiores y aquellos inferiores por el color de su piel o su nariz casi deformada, los gatillo alegre para más desgracia abusadores, los delincuentes que desconocen la autoridad de los agentes de la Policía, el pésimo comportamiento social de algunos, sin dudas ofrecen su aporte al caos. Miles mueren a causa de la pobreza, de la violencia, y el mayor número corresponde a afros e hispanos. Es una realidad que no se puede ocultar.

Aquellos lodos trajeron estas tempestades y no queda otra que insistir, hablar de educación, de respeto, de igualdad, de aplicar el sentido común, pero es difícil, es más, algunos hasta alimentan ese odio y ese rencor, hablan de diferencias, le echan sal a las heridas que por generaciones otros han tratado de cicatrizar.

Maltratar de palabra o físicamente a un semejante no es el camino, como tampoco lo es ignorar las leyes, los mecanismos del orden, el esperar que un oficial se acerque para balearlo -sobran y duelen los ejemplos-, o el golpear a un indefenso en el suelo, patearlo, a veces hasta sin reparar en su sexo. Así no se va a otro lugar que no sea la tragedia, el luto, el dolor, y la vergüenza, la impotencia de no poder vivir como seres humanos. ¿Se perdió la batalla ante el odio y el rencor? No puede ser.

Fuerzas estadounidenses no se retiran de aquel país o el de más allá hasta favorecer o dejar implantada la democracia, ¿el orden? Pero si en casa la violencia, las armas en manos de asesinos y dementes, quienes se oponen a más control inclinan la balanza a su favor. Entonces...

Es preferible dar paso a la convivencia, a la reconciliación, a vivir como personas civilizadas, a desterrar de una vez por toda el odio, el rencor, el deseo de resolver por la fuerza, la desobediencia. 

 

Muchas veces la solución llega luego del tropezón o el problema más engorroso. Es hora de juntarse, de trabajar unidos para dejar a los hijos un mundo mejor, un país mejor, sin violencia.

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