Editorial: El futuro pertenece a los niños

Nunca es un niño más bello que cuando trae en sus manecitas de hombre fuerte una flor para su amiga

                                       José Martí

 

La conmemoración, el pasado jueves primero, del ‘Día Internacional de la Infancia’, resulta una efemérides que no debe pasarse por alto. Fue decretado por la Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU) en 1956.

Instituir la referida fecha tuvo como objetivo primordial consagrar, estrechar la fraternidad y la comprensión entre todos los niños y niñas del mundo, tal como debe ser.

No puede obviarse que la Declaración de los Derechos del Niño y la Convención sobre los más pequeños de casa, rubricada en 1989, clasifica como el tratado internacional más ratificado de la historia. Lo anterior lo tuvo muy en cuenta la ONU a la hora de decretar el primero de junio como el ‘Día Internacional de la Infancia’

Es relevante considerar, no perder de vista que el ‘Día Internacional de la Infancia’ NO ES el ‘Día Internacional del Niño’.

El maestro, periodista, poeta, escritor José Martí, en su indispensable libro La Edad de Oro, resaltó: “Para los niños trabajamos, porque los niños son los que saben querer, porque ellos son la esperanza del mundo”.

La Edad de oro constituye sin dudas una herramienta de singular valor porque permite a los menores hacer suyas las enseñanzas, promueve el hermoso y útil hábito de la lectura en niños (as) y adolescentes, al proveerles conocimientos, valores éticos, humanos, históricos...

Refiriéndose a la educación enfatizó Martí: “Educar es dar al hombre las llaves del mundo, que son la independencia y el amor, prepararles las fuerzas para que lo recorra por si mismo”.

Entonces educar, promover el hábito de la lectura, es un regalo excelente, magnífico para los niños. Como el de las madres, también el ‘Día Internacional de la Infancia’ debía ser todo el año, de principio a fin.

Por encima de todo corresponde a los padres prodigar a los niños amor, cariño, desvelo, comprensión, junto a la responsabilidad de proveer alimentación, cuidar de su salud, compartir con ellos tiempo, platicar de la importancia del juego, de compartir con hermanitos y amiguitos, explicarles lo necesario que es el respeto, el asimilar a todos, ser amable.

Dicho de otra manera, es menester educar a los niños en casa, enseñarles valores y principios, el respeto a los demás, la tolerancia, la honestidad, la gratitud, la confianza, platicar con ellos sobre el significado de la responsabilidad, el amor propio, la autoestima.

Enseñarles desde pequeño lo mencionado antes es incuestionablemente una manera de propiciarles que crezcan de forma integral, convivan en armonía con los demás.

Compete a los padres inculcar lo anterior, no se trata de algo que se deja a la escuela, a los maestros, por el contrario.

Como bien expresó José Mujica, ex presidente de Uruguay: “No le pidamos al docente que arregle los agujeros que hay en el hogar”. Así, claro y transparente.

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