Editorial: Cerrar filas contra la violencia

Mientras los Departamentos de Policía se empeñan en organizar eventos para ‘atraer’ a la comunidad, cerrar filas con la gente en la lucha a favor de la tranquilidad ciudadana, a algunas personas (¿?) les encanta ponerse el traje de ‘trogloditas’.

Una noticia espeluznante aparece en esta edición: Tres hombres -de alguna manera hay que llamarlos- enfrentan cargos por tortura, incendio y brutal asesinato. Sólo imaginar la escena pone los pelos de punta. ¿Hay que convivir con estas acciones en la segunda década del siglo XXI? ¿Dónde esta la fibra humana, la capacidad de raciocinio?


Las primeras horas del sábado 13, en el Silver Nugget, trajeron consigo broncas, disparos. ¿Saldo? Dos muertos. No es bueno generalizar, sin embargo salir con la familia, con la esposa, la novia a uno de esos centros nocturnos es una caja de sorpresa, la clásica ruleta rusa... a quién le toca.

Avanzada la semana llegó la noticia del novio que quemó a su novia. ¿Qué pasa? La violencia tiene muchas caras, todas feas, bochornosas, censurables, y es preciso ponerle luz roja, un stop. Y adoptar medidas, medidas ejemplarizantes cuando ‘el barco quiere hacer agua’ o por decirlo de otra forma: cuando la violencia quiere imponerse. Hay que tomar el toro por los cuernos. Lo dice el refrán: A grandes males grandes remedios.

Quienes se resisten a respetar las leyes, a comprender que viven en una sociedad civilizada en la que no puede la ley del más fuerte decir la última palabra; esos individuos deben, tienen que entender que los niños, las mujeres, el hombre trabajador o jubilado, el anciano, hace mucho apostaron por la tranquilidad y junto a los agentes del orden van a defenderla. No se puede vivir bajo tensión, con la cabeza bajo la espada de Damocles.

Apuntar que cada delincuente representa una derrota de la sociedad donde no tienen cabida asesinos, violadores... es una afirmación a medias, pues muchas veces mamá, papá, los vecinos, los maestros, la misma comunidad trataron infructuosamente de que el niño, el adolescente, el joven, tomara el camino correcto, estudiara, trabajara, ayudara a su familia, formara su propia familia, respetara, sin embargo fue en vano, y quien siembra lodo recoge tempestades. En esos casos el principal culpable es la persona que esos individuos ven frente al espejo.

Corresponde a la familia, la escuela, la comunidad, a los agentes del orden, revisarse de arriba abajo, insistir en la educación, en el ejemplo que brinda la familia, fijar buenos patrones, cerrarle el paso a lo mal hecho, no descansar en la reeducación. 

En las juntas comunitarias que organizan oficiales de la Policía, éstos brindan información, ofrecen datos estadísticos y elementos que los padres deben tener en cuenta para saber si sus hijos se vinculan a pandillas; no permitir que niños, adolescentes y jóvenes traigan a casa algo sin que los adultos sepan su origen es un buen comienzo. Siempre va a ser mejor y más barato prevenir que lamentar. Es mejor poner coto a pequeñas acciones aunque tilden a los padres de rectos, difíciles, poco complacientes. Después puede ser demasiado tarde.

 

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