Editorial: Agosto, dedicado a la Familia y el Matrimonio

Corren tiempos difíciles, junto al Coronavirus con su carga de miles de fallecidos y hospitalizados en todas partes, no pueden obviarse la violencia, las adicciones, crímenes, robos, hijos que se levantan contra sus padres, o sea, un rosario de ‘calamidades’.

Una nota alentadora que no puede pasarse por alto es que hace 26 años, en 1994, la Organización de Naciones Unidas (ONU) decretó agosto como el ‘Mes dedicado a las Familias y al Matrimonio’. Magnífico aliciente. Se trata, o el objetivo es (en medio de tantos problemas) fortalecer el núcleo primordial de la sociedad.

Resultan incuestionables los aportes, las contribuciones que la familia tributa en la formación de ciudadanos para ella misma y la sociedad; es tal su relevancia que tras la designación de agosto como el ‘Mes de la Familia’, ni cortos ni perezosos en varios países comenzaron a designar semanas del propio agosto dedicadas al Matrimonio y la Familia.

Como también es lógico precisar que la unión estable de un hombre y una mujer clasifican como un fundamento relevante que incide sobremanera en el desarrollo armonioso de la vida familiar y el desarrollo síquico más conveniente para los menores de la casa.

Son numerosas las lecciones, talleres, sesiones de asesoría dirigidas a las parejas para dotarlas de herramientas que permitan solidificar la relación, o sea, favorecer que ese núcleo que va a dar a paso a la familia crezca sobre raíces firmes... ese es el compromiso prioritario.

Quienes desean ver (con objetividad o no) que cada vez hay menos familias estables, cuya plática y ejemplo vayan dirigidos a los más pequeños de casa para ‘sembrar’ valores que se incrusten para siempre en la personalidad de los hijos.

A veces lo achacan a la edad, aseguran que los contrayentes son muy jóvenes para formar una familia, no tienen experiencia, sin embargo deben reconocer que algunos muchachos y muchachas, de apenas 16 ó 17 años, son muy maduros, traen de sus respectivos hogares principios muy sólidos... ahí está lo que muchos llaman ‘la buena simiente’.

La familia -y esto no es un invento de nadie- es el mejor lugar para que un niño o una niña aprendan de valores, tal aseveración resiste (y resistirá) el paso de los años. 

Los abuelos, los padres, los hermanos, los tíos, los primos, el matrimonio mismo, son portadores de herramientas de importancia capital para la formación de quienes crecen en el mismo entorno, sólo hace falta un grado considerable de receptividad, y claro, poner en práctica lo aprendido. No basta con adquirir valores, es preciso ejercitarlos en bien de la familia toda, y de la sociedad. No es descabellado afirmar que la familia es (o debe ser) una escuela de virtudes donde aprender valores y principios para toda la vida.

 

No puede perderse de vista que -con toda seguridad- el sueño o el deseo de Dios es ver crecer a una familia unida en amor para siempre. El Señor hizo varón y mujer, los bendijo y les indicó crecer y multiplicarse para poblar la tierra.

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