Existe una ley estatal que penaliza el tráfico humano en un esfuerzo por ponerle freno a este flagelo, pero el problema sigue, exige que se redoblen las acciones, apuntó recientemente Catherine Cortez Masto, procuradora de justicia en Nevada.
Más adelante la procuradora remarcó: enfrentar el tráfico humano es tarea del gobierno, de las fuerzas del orden, pero también de la sociedad. Estas palabras son una especie de llamado a cerrar filas contra esos individuos que son un bochorno de la especie humana.
El tráfico humano, junto al negocio de las drogas se extiende ya por todo el mundo; nadie puede decir en la ciudad donde vivo no, en el barrio donde me criaron no, en la cuadra donde vivo no... el mal extiende sus tentáculos y se impone cuidar aun más a los hijos, estar ojo avizor, pues el depredador, el violador, se encuentra aquí, allá, acullá, presto a llevar la tragedia a cualquier hogar, a cualquier familia, en tanto ve engordar sus bolsillos o busca un aliciente a sus pasiones enfermas y repulsivas.
Todo cuidado con los menores es poco; los violadores, quienes se prestan al tráfico humano y se escudan en la mentira para conseguir sus objetivos a costa de personas por lo general más débiles, merecen que se les encare con rigor, con ellos no valen “fomentos ni curitas de mercuro cromo”.
En un debate sobre tráfico humano en la Organización de las Naciones Unidas (ONU), el presidente de la Asamblea General apuntó: “No se pueden escatimar esfuerzos para acabar con estas formas de esclavitud que afectan a millones, y ayudar a las víctimas a reconstruir sus vidas”.
¿Qué es el tráfico humano? Sencillamente eso, la moderna esclavitud. Desde el tráfico de personas con fines de explotación sexual y el reclutamiento de “niños soldado”, hasta los hombre y mujeres obligadas a trabajar en condiciones de esclavitud. Algo que en el siglo XXI no se puede tolerar y que lamentablemente casi convive con la sociedad toda, por eso el rechazo debe ser generalizado.
Bien lo dijo la procuradora, ponerle coto a esta nueva manera de esclavitud compete a todos, sin embargo poco se avanza si no se muestra mayor sensibilidad hacia las víctimas. En la casa, la escuela, la cuadra, un parque, el mercado, se impone estar atento. El síndrome del silencio -que alcanza también las censurables violaciones y la violencia doméstica- no vale, hay que denunciar como primer paso para cerrar el cerco ante quienes quieren esclavizar, llevar la tristeza a los hogares, traumatizar de por vida a otras personas sin reparar en nada, entonces no valen las contemplaciones. La fórmula es una: prevenir, reprimir y sancionar de manera ejemplar.
Nadie tiene derecho ni razón a violar a un menor, a engañar a una mujer para convertirla en objeto sexual, a ‘facilitar’ su traslado de un lugar a otro para esclavizarla o ponerla en manos de energúmenos que donde mejor están es entre rejas, saldando -si es posible- su deuda con la humanidad.
El tráfico humano, ése que quiere establecerse dentro de la sociedad, es una mancha, una infamia, una bajeza moral que urge cortar de raíz.