Por Jan MARTÍNEZ AHRENS
El País
El 430 de South Capitol Street invita al olvido. Lejos del esplendor de los grandes edificios imperiales de Washington, la sede del Comité Nacional del Partido Demócrata es una achaparrada estructura de hormigón con aire de oficina de provincias. A sus puertas no hay banderas ni águilas doradas ni los habituales símbolos del poder americano, pero en su interior bulle un ambiente juvenil y multicolor en el que a cada conversación se percibe el deseo de superar el vacío dejado por la derrota de Hillary Clinton. Ese es el objetivo final del presidente del Comité Nacional Demócrata, Tom Pérez (Búfalo, Nueva York, 1961). Hombre de maneras sencillas, el estratega electoral recibe a EL PAÍS sin corbata. Habla en inglés, aunque a veces, cuando se refiere a Donald Trump y su desprecio a los inmigrantes, no puede evitar el español de sus ancestros. “Solo nos trae devastación y caos”, afirma Pérez, quien considera el shutdown un ejemplo del “fracaso masivo” de los republicanos. Su despacho, con vistas a un Washington helado, exhibe más fotos de su familia que de presidentes.
P. ¿Le ha sorprendido Trump y su primer año?
R. Lo que está haciendo es consistente con su vida. Es un bravucón sin principios, incapaz de unir a su pueblo y que gobierna por división y conquista. Es el presidente más peligroso de la historia de Estados Unidos, inestable y una vergüenza para su nación. Hasta la posición del país en el extranjero está sufriendo. Pero la gente empieza a despertar…
P. ¿Y ese despertar puede influir en las elecciones de noviembre, cuando se renuevan toda la Cámara de Representantes y un tercio del Senado?
R. Hay mucho trabajo que hacer, muchas batallas, pero si apostamos por nuestros valores tendremos una oportunidad real de ganar. La gente ha empezado a entender que este presidente solo piensa en él mismo.
Cuando Pérez habla de desigualdad e emigración clava sus ojos en el interlocutor y se enciende. Hubo un tiempo, allá por los años ochenta, en que recogía basuras por los arrabales de Providence (Rhode Island). Era una forma de pagarse los 11 mil dólares que costaba al año la carrera de Derecho en la Universidad de Brown. Hijo de exiliados dominicanos y huérfano de padre desde los 12 años, nunca se arredró ante las dificultades y, tras licenciarse, se tituló con las máximas notas en la Escuela de Leyes de Harvard. Luego asesoró al senador demócrata Ted Kennedy y fue ayudante de la fiscal general Janet Reno.
Al entrar Barack Obama en la Casa Blanca, le dio a aquel hispano de hierro el mando de la simbólica División de Derechos Civiles. Una atalaya desde la que Pérez hizo vibrar a la nación. En plena crisis hipotecaria se enfrentó a los grandes bancos y les obligó a cerrar una acuerdo de devolución por más de 650 millones de dólares. Poco tiempo después, le paró los pies al xenófobo sheriff Joe Arpaio. Con este bagaje, un reelegido Obama le nombró secretario de Trabajo. Era el único hispano del gabinete y, para muchos, el más progresista. Descalabrada Clinton, fue recuperado por el núcleo duro de Obama para hacerse cargo del partido. Era (otra vez) el primer hispano en el puesto.