Opinión: 10 segundos con el Papa

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Ciudad del Vaticano. Todo comenzó con una pregunta. Si solo tuviera 10 segundos con el Papa Francisco ¿qué le diría?

Los editores de las revistas Fortune y Time me invitaron a participar en el Foro Global en Roma junto con un centenar de empresarios, filántropos, académicos, sindicalistas, religiosos y periodistas de todo el mundo. El objetivo era proponer soluciones concretas a problemas muy graves -pobreza, medio ambiente, salud, migración…- y luego presentárselas en persona al Papa. (Vale la pena leer las conclusiones. Aquí están http://bit.ly/2h91PYD) Eso lo hacía irresistible. 

Una entrevista con el Papa es, sin duda, una de las ambiciones de cualquier periodista. Pero, la verdad, es casi imposible. Muy pocos lo logran. Además, mis fuertes críticas públicas a los abusos sexuales de sacerdotes contra niños y a la complicidad de la jerarquía clerical en esos crímenes, prácticamente me descalificaron hace años para sentarme en una entrevista con cualquier Papa. Y si a eso le sumamos mi condición de ex-católico y agnóstico, las posibilidades se reducen a casi cero.

Por eso brinqué ante la oportunidad de conocer al Papa, aunque fuera solo por unos segundos.

Todo, por supuesto, comenzó en el infierno. Antes de ver al Papa visitamos la Capilla Sixtina y ahí pasamos por una puerta debajo del infierno que pintó el artista Miguel Angel hace más de 450 años. Es terrorífico. El sufrimiento eterno que sugiere asusta hasta al más escéptico.

Tras una larga caminata por pasillos cargados de lujo, excesos e historia, llegamos a la maravillosa sala Clementina donde tendríamos una reunión íntima con el sumo pontífice. Intima, en la definición del Vaticano, implica por supuesto 400 personas.

Nunca he visto a gente tan poderosa esperar tanto tiempo por alguien. Pero cuando entró el Papa argentino al salón, vestido de blanco y sonriendo, hubo un ahhhh colectivo. El impacto fue tal que nadie se atrevió, ni siquiera, a aplaudir. Silencio absoluto.

El Papa de casi 80 años no se siente a gusto hablando inglés, el idioma del poder. Así que en italiano nos pidió lo siguiente: “Rezo para que involucren en sus esfuerzos a quienes quieren ayudar; denles una voz, escuchen sus historias, aprendan de sus experiencias y comprendan sus necesidades. Vean en ellos a un hermano o hermana, a un hijo o hija, a una madre o un padre. En medio de los retos de nuestros días, vean las caras humanas en aquellos que tanto quieren ayudar.” Esto se entiende en cualquier lenguaje.

Luego llegó el momento que todos estábamos esperando. El encuentro -y la foto- con el Papa. Pero nada es fácil en el Vaticano. Todo requiere de un protocolo, de uniformes y de reglas centenarias.

El Papa Francisco se paró de su enorme silla blanca, dio una decena de pasos y acompañado de un ayudante personal, un encargado de protocolo y otro de seguridad, un monseñor, un fotógrafo, un camarógrafo y un guardia suizo a lo lejos, comenzó a tomarse fotos con todos y cada uno de sus invitados. 

No sé cómo pero en el tedioso ejercicio fotográfico que duró unos 20 minutos, el Papa nunca perdió la sonrisa ni dejó de saludar de mano y establecer contacto visual con cada persona. El efecto fue inmediato. Gente emocionada, llorando; otros paralizados; los más agresivos convertidos, de pronto, en tímidos y silenciosos. “Es lo más cerca que he estado de Dios”, me dijo una conmovida invitada.

Hice la fila y llegó mi turno. El Papa todavía sonreía, sin aparente esfuerzo. Di un paso adelante y él tendió su mano. La sentí firme pero acogedora. Suave. Casi pequeña. Busqué sus ojos aunque estuve tarde. Él ya tenía los suyos sobre mí. Respiré a la mitad y solté lo memorizado: “Papa Francisco, no olvide a los inmigrantes que Trump quiere deportar.”

Jorge Mario Bergoglio subió levemente la cabeza, abrió sus ojos un poco más y estoy seguro que oyó bien lo que le dije. Pero no dijo absolutamente nada, ante la mirada vigilante de sus asistentes. Este, supongo, no era el momento de crear un nuevo conflicto trasatlántico. Lo que sale del Vaticano siempre está pensado y repensado. La espontaneidad en la diplomacia es pecado. Escuché cinco o seis clicks del fotógrafo, con sus respectivos flashazos. Luego el Papa soltó mi mano y dirigió su mirada al siguiente de la fila. Eso fue todo.

Así fueron mis 10 segundos con el Papa.

 

Hay días que sabes que no se podrán repetir ni superar. Este fue uno de ellos.

 

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