Opinión: La caída de Marco y Ted

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Hay veces en que ya no reconozco a Estados Unidos.

El mismo país que se fundó con inmigrantes acaba de escoger como candidato presidencial a un hombre que quiere deportar a 11 millones de inmigrantes en dos años. Esta no parece la misma nación que me recibió tan generosamente hace 33 años y a muchos más después de mí.

¿Cómo explicamos el fenómeno de Donald Trump? Fácilmente. En Estados Unidos hay millones de personas que piensan como él y que comparten sus comentarios racistas en contra de los inmigrantes latinos y en contra de los musulmanes. Nunca había recibido tantos insultos en las redes sociales como ahora (y espero muchos más después de esta columna). 

Trump está convirtiendo en normal lo que antes eran comentarios y comportamientos castigados socialmente. Estamos en un extrañísimo paréntesis histórico en Estados Unidos en que se vale expresar en público todos tus prejuicios. Los demonios andan sueltos. 

Denigrar a las mujeres públicamente, acusar de violadores a todo un grupo étnico o discriminar contra una religión hubiera descalificado a cualquier aspirante presidencial hace cuatro años. Hoy no. Hoy lo convierte en candidato del partido Republicano.

Por eso hay días en que no reconozco a Estados Unidos. Nunca me había tocado cubrir una campaña como esta. La recordaré, por supuesto, por los exabruptos y los extremismos de Trump. Pero también porque por primera vez en la historia hubo dos candidatos latinos a la presidencia: los senadores Marco Rubio y Ted Cruz.

Lo peor que hicieron Rubio y Cruz fue tratar de parecerse a Trump. No entiendo todavía por qué dos hijos de inmigrantes decidieron darle la espalda a otros inmigrantes como sus padres. (El padre y la madre de Rubio, y el padre de Cruz nacieron en Cuba.) Cruz quería deportar a 11 millones, como Trump, y Rubio incomprensiblemente se opuso a un plan de legalización de indocumentados que él mismo -como senador- había pensado, planeado y propuesto.

Rubio y Cruz rompieron una noble tradición en que los políticos hispanos a nivel nacional, independientemente de su partido, siempre defendían a los más vulnerables, a los indocumentados. Ellos decidieron no hacerlo. Fue muy triste. 

Más triste fue verlos pelear en un debate presidencial para ver cuál de los dos tenía la posición más antiinmigrante. Su deseo de ser como Trump, de insultar como Trump y, por supuesto, de ganar como Trump, oscureció las grandes características de liderazgo que los convirtieron en dos de los más jóvenes senadores de Estados Unidos.

También recuerdo con pena ajena cuando Rubio presumió tener dedos más largos que los de Trump o cuando Cruz -el mismo día que lo derrotaron en Indiana y se retiró de la contienda- acusó a Trump de ser un “mentiroso patológico” y perdió la cordura en televisión nacional. Trump los entrampó.

Marco y Ted quisieron ser como Donald respecto a los inmigrantes. Pero, afortunadamente, no hay otro como Trump.

Como todos sabemos, Estados Unidos es un país que tiene un proceso religioso para rescatar a los perdedores. Primero confiesan sus errores en público, luego hacen un acto de contrición, prometen no repetir sus pecados y al final se presentan como si hubieran renacido. Rubio y Cruz tendrán que pasar por este proceso de expiación de culpas. Pero los dos son demasiado talentosos e inteligentes como para retirarse de la política después de una caída, por más estrepitosa que haya sido.

Además, son muy jóvenes y se pueden equivocar muchas veces más… hasta ganar. Rubio tiene 44 años y Cruz 45 (aunque los dos parezcan mayores). De tal manera que se pueden lanzar en el 2020, 2024, 2028 o hasta que lleguen a la Casa Blanca. El tiempo está de su lado.

Y la demografía también. Cada mes más de 60 mil jóvenes hispanos cumplen 18 años -la edad de votar- y en tres décadas seremos más de 100 millones de latinos. Ser latino es cool y somos un creciente e indiscutible poder electoral.

Muchos latinos -los conozco- hubieran querido estar orgullosos de Rubio y Cruz y elegir al primer presidente hispano de Estados Unidos. Pero nunca se sintieron a gusto con las posiciones antiinmigrantes de los senadores cubanoamericanos.

La política es brutal. Convirtió a dos hijos de inmigrantes en portavoces de un movimiento que culpó injustamente a los indocumentados de los principales problemas económicos y de seguridad del país.

 

Lección para la próxima elección: siempre es mejor ser uno mismo y poder regresar con los tuyos sin bajar la mirada. Marco y Ted pudieron ser los nuevos héroes de la comunidad latina y, en cambio, decidieron parecerse al villano. Así perdieron dos veces.

 

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