Mi hijo Nicolás va a cumplir 18 años en el verano y, por lo tanto, podrá votar en las elecciones presidenciales de noviembre en Estados Unidos.
Quizás Nicolás no lo sabe todavía pero, en una elección muy cerrada, él y millones de jóvenes latinos decidirán quien será el próximo presidente (o presidenta) de Estados Unidos.
Esto no será un regalo de cumpleaños muy atrasado o los buenos deseos de un padre orgulloso. Es la realidad. Las cifras son impresionantes. El ocho de noviembre del 2016 habrá 27 millones de hispanos elegibles para votar, según el centro Pew. Y de ellos, casi la mitad (44%) son latinos muy jóvenes o los llamados “millennials” (de 18 a 34 años de edad).
Muchos de estos Latinos “millennials” son hijos de padres inmigrantes, hablan español en casa y jugaron fútbol (o soccer) antes que football americano. A pesar de que han aprendido mucho de su origen latinoamericano y a ser solidarios con los inmigrantes, se han integrado rápida y eficientemente a la sociedad estadounidense. Tienen, en general, más educación que sus padres y mejores salarios. Se sienten y son Americans. De hecho, son el mejor ejemplo de que el sueño americano no es un mito.
Nicolás, desde niño, me acompañaba a jugar fútbol los sábados por la mañana. Luego, en la escuela, se convirtió en un gran y temido jugador. Siempre ha tenido piernas muy fuertes y un buen ojo para encontrar la portería. Pero cuando entró a high school todo cambió. Dejó el esférico por una pelota ovalada y su meta es ser pateador o kicker en un equipo de football americano en la universidad. Patea la pelota más de 70 yardas. Soy su fan.
Nicolás está muy ligado con miembros de su familia en Puerto Rico y en México pero su identificación es, claramente, con Estados Unidos. Hemos visto juntos varios debates presidenciales, analizamos las diferencias entre los candidatos, las contrasta con las ideas de sus amigos y sabe que, tan pronto cumpla 18 años, se va a registrar para votar en la elección presidencial.
Ese es precisamente el problema. Los jóvenes latinos votan muy poco. En el 2012 solo 37 de cada 100 jóvenes hispanos salieron a votar. Eso es bajísimo. Pero ese no es un problema sólo entre los jóvenes. Solo 48 de cada 100 latinos -de todas las edades- votaron hace cuatro años (comparado con el 64 por ciento de los blancos y 66 por ciento de los afroamericanos). Hay mil excusas y explicaciones pero la triste realidad es que los latinos votan poco.
Quizás eso cambie gracias a Donald Trump. Sus insultos contra los inmigrantes han sido tantos y tan frecuentes que no me extrañaría para nada que, indignados, millones de latinos salgan a votar por primera vez. Esa sí sería una dura trompada contra la intolerancia y la xenofobia.
La verdad es que Trump – o cualquiera que sea el nominado del Partido Republicano a la presidencia- va a suplicar en el verano y el otoño por el voto de los jóvenes latinos, sobre todo en estados clave como la Florida, Nevada y Colorado. Es la única manera de ganarle la Casa Blanca a los demócratas que, históricamente, han capturado dos de cada tres votos hispanos. Nicolás y sus amigos verán cómo los candidatos presidenciales de ambos partidos los van a tratar de enamorar.
“Hemos visto el futuro y el futuro es nuestro”, dijo en 1984 el líder campesino, César Chávez. “Estas tendencias son fuerzas de la historia que no pueden ser detenidas. Ninguna persona u organización las puede resistir por mucho tiempo. Son inevitables”. Tenía razón.
Los latinos pasaremos de 55 millones a más de 100 millones para el 2050. Los latinos somos muy jóvenes -el promedio es de 19 años de edad para los nacidos en Estados Unidos- y cada año más de 800 mil hispanos cumplen 18 años y se convierten en votantes potenciales.
Prepárense para fiestas, piñatas, mariachis y un montón de políticos champurreando el español con tal de ganar el voto latino. Ocurre cada elección presidencial. Es tan obvio que hasta le he puesto un nombre: el síndrome de Cristóbal Colón (porque parece ser que cada cuatro años nos redescubren a los latinos en este país).
En las manos de Nicolás y de su generación está el futuro de Estados Unidos. Y yo me encargaré de asegurarme que el martes 8 de noviembre, bien temprano, Nicolás salga a votar. El resto depende de él.