Por Cecilia GONZÁLEZ
La presidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, terminará su gobierno envuelta en una derrota histórica que ella misma provocó y que colma de incertidumbre su futuro político.
El próximo 10 de diciembre, la abogada de 63 años le entregará la banda presidencial a Mauricio Macri, el jefe de Gobierno de Buenos Aires que durante ocho años se erigió en uno de los opositores más duros del kirchnerismo.
La ceremonia que se realizará en el Congreso pondrá fin a 12 años, seis meses y 15 días de los gobiernos que encabezaron el fallecido ex presidente Néstor Kirchner y su esposa y sucesora.
La presidenta apostó a que el proyecto político sería continuado por Daniel Scioli, pero el gobernador de la provincia de Buenos Aires perdió el pasado domingo la presidencia frente a Macri, en una segunda vuelta y por una escasa diferencia de 2.8 por ciento de los votos.
Macri ganó por una combinación de aciertos propios y errores ajenos, principalmente de Fernández de Kirchner, quien se equivocó en la estrategia que armó para tratar de mantener el modelo kirchnerista en el poder.
El fracaso de Scioli es el fracaso de Fernández de Kirchner, porque fue ella la que eligió "a dedazo" la fórmula presidencial pese a que una parte de la militancia prefería una elección interna en la que pudiera postularse por lo menos otro candidato como el ministro del Interior, Florencio Randazzo.
La presidenta decidió que el abanderado del gobernante Frente para la Victoria sería Scioli, el gobernador que siempre fue visto con recelo en las filas militantes que, en lugar de adherir a la campaña con entusiasmo, criticaron públicamente al candidato.
Con la postulación de Scioli quedó en evidencia una carencia fundacional del kirchnerismo, un movimiento que nunca formó a sucesores porque el proyecto de poder siempre estuvo centrado en el fallecido Néstor Kirchner y en su esposa y sucesora.
Después de que él murió, en 2010, y con ella imposibilitada legalmente para una segunda reelección en 2015, el kirchnerismo se quedó sin candidato con los suficientes niveles de popularidad para disputar el voto, condición que sí ofrecía Scioli hasta mediados de este año.
La negociación implicó que Scioli aceptara como su compañero a la vicepresidencia a Carlos Zanini, uno de los personajes más cercanos a los Kirchner desde mediados de los años 60, y quien tenía nulos niveles de popularidad salvo entre los militantes.
El 25 de octubre, en la primera vuelta de las elecciones, la fórmula Scioli-Zanini apostó a ganar, pero apenas si obtuvo el 37 por ciento de los votos, frente al 34 que alcanzó Macri y que, sumado a lo que sumaron el resto de los candidatos, evidenció que más del 60 por ciento no había apoyado al kirchnerismo.
La campaña oficialista rumbo a la segunda vuelta quedó envuelta en peleas internas, desconcierto y enojos públicos entre los dirigentes, mientras que los macristas, reconvertidos en favoritos para ganar, se sumieron en un clima de unidad, organización, optimismo y euforia.
En el escaso proceso de autocrítica después de la elección, algunos kirchneristas responsabilizan a la presidenta de los resultados porque se empeñó en mantener frecuentes y largas cadenas nacionales que provocaban fastidio en una gran parte de los ciudadanos.
A ello se suma un desgaste natural de más de 12 años de gobierno y a que hay una generación de jóvenes que no creyeron en los vaticinios del gobierno sobre el peligro del regreso del neoliberalismo, principalmente porque no padecieron esa etapa de los 90 en la que el país se empobreció.
El enojo de algunos militantes también se basa en que, después de tanto tiempo en el poder, la presidenta no haya logrado tener a un candidato propio que "enamorara" adentro y afuera del kirchnerismo.
Ahora las dudas rodean el futuro de la presidenta, ya que nadie apuesta al retiro de una dirigente que comenzó a militar desde su juventud y que recorrió un largo camino que incluyó diputaciones y senadurías hasta que en 2007 alcanzó una presidencia que cuatro años más tarde revalidó con el contundente 54 por ciento de los votos.
La presidenta es una política de primer nivel a la que es inimaginable pensar en su casa, con sus hijos y nietos, además de que enfrenta la paradoja de dejar el gobierno con altos niveles de popularidad que no se tradujeron en votos para su candidato.
Fernández de Kirchner ya dijo que seguirá luchando, pero no desde dónde, así que desde ahora se organizan grupos de militantes que trabajarán para que en 2017 sea candidata a senadora, y en 2019 vuelva a pelear por la presidencia, pero será ella la que tenga la última palabra. Buenos Aires (NOTIMEX)