Los veo por todos lados. En los hoteles, en los restaurantes, en las construcciones y en cualquier lugar donde haya que hacer un trabajo difícil. Son inmigrantes mexicanos que vienen del central estado de Puebla y que ayudan a que Nueva York sea la capital del mundo.
Han llegado durante años en cadenita. Uno trajo al cuñado y a sus hijos, otro a la prima y una más a los hermanos. En la ciudad de Nueva York viven, más o menos, medio millón de mexicanos y el grupo más grande viene de Puebla. Dejaron un clima templado y mil broncas económicas para adaptarse a un invierno imposible y trabajos en dólares. Dólares para enviar a México, para que sus hijos vivan mejor que ellos, para soñar que todo aquí sí se puede lograr.
Cuando voy a un restaurante en Nueva York muchas veces termino en la cocina. Hay siempre historias increíbles, salpicadas de risas, entre platillos que van y vienen. Acabo de ir a uno francés y a un italiano y la mayoría de sus empleados eran poblanos. Aquí se reinventaron de chef, de mesero, de lavador de platos, de lo que sea para sobrevivir.
Están rotos. “Allá dejamos a la familia”, me contó Ramón, en una calle oscurita, saliendo de una cocina. “Pero la chamba está acá.” No todos tienen papeles. Cuando oyen a Donald Trump acusarlos de ser criminales y violadores -según dijo al lanzar su candidatura presidencial- saben que “el güero” está totalmente equivocado: ellos construyeron sus edificios, ellos cosechan la comida que come, ellos cuidan sus hoteles.
Están aquí pero pensando en allá. México les duele, sobre todo porque no pueden regresar. Cruzar a Estados Unidos les costó mucho trabajo y dinero. La frontera entre ambos países está más vigilada que nunca. Ir a Puebla de visita, en el verano o en navidades, es un riesgo que no pueden correr.
La nostalgia empieza en la lengua y con el mole. El más rico es el que les llega en pasta desde Puebla, en bolsitas de plástico, y solo le tienen que añadir caldo de pollo. “Ese sí sabe al pueblo”, me dijo uno de Atlixco. Las noticias, en cambio, les llegan por celular; llegan muy tarde a casa como para enterarse por la televisión.
Pasé la última semana en Nueva York y platiqué con varios poblanos sobre México. Eso nos pasa a los que nos fuimos; no podemos dejar de hablar del lugar que dejamos. Pero es un lenguaje codificado, difícil de seguir para quien no es mexicano. Hablamos del Piojo y del Chapo. Traducción: de cómo corrieron al entrenador de la selección mexicana de futbol por sus errores y de cómo dejaron en sus puestos al secretario y a los funcionarios a los que se les escapó de la prisión el principal narco del mundo. Nos reímos, por absurdo, porque ya nada de eso nos sorprende.
A mí me había tocado mucho el asesinato del periodista veracruzano, Rubén Espinosa, y lo comenté en una plática. Más de 80 periodistas han sido asesinados en México en la última década, según Reporteros Sin Fronteras. Casi todos esos crímenes están impunes. “Está dura la cosa en México ¿verdad?”, me dijo resignado un mesero poblano, entre la pasta y el postre. Y lo peor es saber que Rubén no será el último.
Con la devaluación del peso mexicano rinden mucho más los dólares que envían. En Tenango de las Flores o en Cholula -me cuentan- es fácil saber quien recibe dólares; la casa está bien pintadita y, a veces, hasta tiene un segundo piso.
Antes las mujeres y sus hijos esperaban a los hombres. Ahora ya nadie espera. Los que se van de Puebla -lo sabemos todos- ya no regresan. Más bien, se traen a los que dejaron atrás. Con lo difícil y peligroso que está cruzar la frontera, los únicos que vuelven, y por un ratito, son los deportados.
Y poco a poco voy notando el cambio. Los poblanos que llevan más tiempo en esta ciudad de las prisas hablan menos del futbol y de la política mexicana. En cambio, están siguiendo más lo que dice “el tal Trump” e investigando qué candidato presidencial pudiera legalizarlos. Muchos de sus hijos ya nacieron aquí y por lo tanto son estadounidenses. Y si sale todo mal, me dicen, están dispuestos a ser la generación del sacrificio, la que se la jugó por los que vienen detrás.
Nueva York tiene una enorme deuda con Puebla. Funciona, y funciona bien, por miles de estos seres semi-invisibles que hacen lo que nadie más quiere hacer.
Sí, Nueva York es una gran ciudad. Pero Puebla York es la que mejor me recibe a mí.