Reos peligrosos y un plan cuidado para una fuga de leyenda

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Por Jennifer PELTZ

Amanecía en las celdas de Dannemora, el momento de una ronda de comprobaciones para controlar a los asesinos, violadores y otros delincuentes que cumplen condena detrás de las austeras paredes del siglo XIX del penal. Los guardas pasaron ante las rejas de color verde claro en el módulo “A’’, donde están los premios con mejor comportamiento.

A primera vista, parecía que David Sweat y Richard Matt estaban donde se suponía que debían estar: dormidos en sus celdas contiguas. Pero los bultos en sus literas eran solo sudaderas. El asesino condenado por matar un policía y el delincuente recluido por desmembrar a su jefe se habían escapado por agujeros en la pared de acero de la celda, cruzaron una pared de ladrillos y una tubería de ventilación y salieron por una alcantarilla en el exterior del muro de 12 metros (40 pies) del Centro Correccional Clinton.

“¡Tengan un buen día!”, bromearon en una nota que dejaron a lo largo de su recorrido.

Sería la última vez que las autoridades tuviesen noticas de ellos en tres semanas, hasta que agentes encontraron y asesinaron a Matt en un bosque cerca de la frontera con Canadá el viernes, a casi 50 kilómetros (unas 30 millas) de la prisión, y capturaron a Sweat cerca de allí el domingo.

La huida del 6 de junio puso de manifiesto aparentes fallos de seguridad en una cárcel donde el plan de fuga podría haberse ensayado durante semanas y la evasión pasó desapercibida durante seis horas.

Pero también hizo visible una cultura de sorprendentes libertades y relaciones personales en una cárcel de máxima seguridad donde dos asesinos convictos — uno de ellos con antecedentes de fugas — ocupaban celdas con privilegios. Un guardia reconoció haber entregado herramientas a uno de ellos, así como acceso a una zona fuera de donde le correspondía a cambio no solo de información interna sino también de pinturas. El guarda y una instructora están acusados de ayudar a los dos huidos tras tramar un plan para asesinar a su marido.

“Lo que es extraordinario es que así es como no se deben gestionar las prisiones”, dijo Terry Pelz, un ex guarda de prisiones de Texas que ahora enseña justicia penal en la Universidad de Houston. Mientras funcionarios de Nueva York investigan qué salió mal, en prisiones de todo Estados Unidos, “pueden estar seguros de que todos están revisando sus propios procedimientos y recordando a los oficiales cuál es su trabajo”.

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Si sorprendió la fuga de Matt y Sweat de una de las cárceles de mayor seguridad del estado, no lo fue tanto que fuesen a parar a ella.

Sweat, de 34 años, había estado entrando y saliendo de prisión desde que tenía 17. Creció al otro lado del estado, en Binghamton, donde tuvo una infancia llena de problemas de comportamiento, casas de acogida y viviendas comunitarias.

El 4 de julio de 2002, Sweat y un primo trasladaban armas robadas de una camioneta, también robada, a su coche cuando el subcomisario del condado de Broome, Kevin Tarsia, se los encontró en un parque de la zona de Binghamton. Le dispararon 15 veces y lo atropellaron con el auto, dijeron autoridades. Capturado en el bosque cinco días después de la balacera, Sweat se declaró culpable y fue condenado a cadena perpetua.

El historial de delitos y huidas de Matt se remonta a 1986, cuando fue condenado por tenencia de un documento falsificado y se escapó de una cárcel en Búfalo. Tras su captura llegaron otras condenas, periodos de prisión y violaciones de la libertad condicional.

Había pasado menos de ocho meses en libertad cuando en 1997 secuestró, torturó y mató a un empresario de la alimentación en la zona de Búfalo unas pocas semanas después de ser despedido de un trabajo en un almacén, dijeron autoridades. Retuvo a William Rickerson, de 76 años, en el baúl de auto durante 27 horas, luego le rompió los dedos, el cuello con sus propias manos y cortó el cuerpo con una sierra para metales, según el testimonio del juicio. Matt culpó a otro acusado.

Escapó del arresto huyendo a México, donde pronto mató a otro hombre fuera de un bar en la localidad fronteriza de Matamoros, explicaron autoridades. Tras nueve años tras las rejas en México, fue devuelto a Nueva York, condenado por matar a Rickerson y sentenciado a 25 años de prisión.

Una foto de Matt en su veintena es a la vez coqueta y desafiante, con un cigarrillo colgando de forma rebelde de su boca y un brillo de burla en sus ojos hundidos, una expresión de confianza que persiste en su ficha policial más reciente. Además de miradas convincentes, Matt tenía el magnetismo de “un chico divertido pero con el que es peligroso estar” dijo una vez uno de sus abogados, Mateo Pynn.

Esas cualidades, tal vez, ayuden a explicar la fuga en Dannemora.

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Mientras Matt y Sweat contaban sus últimas horas para volver a ser libres, una instructora de costura en la cárcel, Joyce Mitchell, acudía a un hospital con dolores en el pecho provocados por un ataque de pánico.

Salió del hospital cuando supo que los dos reos estaban huidos y que la policía estatal la buscaban a ella y a marido, Lyle, un instructor industrial que también trabajaba en el centro.

“Se han escapado de verdad”, dijo sin aliento, según recordó más tarde. La mujer parecía sorprendida, pero su marido no acabada de entender aún bien el por qué.

La mujer había trabajado al menos cinco años en un puesto remunerado con 57,700 dólares anuales supervisando a Matt, Sweat y a otros presos en la sastrería. A sus 51 años, tenía una vida aparentemente estable: un matrimonio de 14 años, hijos mayores, e incluso había sido recaudadora de impuestos durante tres mandatos en su pueblo cerca de Dannemora. Una rubia de formas rotundas, tenía un lado alocado, pero “no era alguien estrafalario”, según la describió su vecina Sharon Currier.

Sin embargo, Mitchell había proporcionado cinceles, un destornillador y hojas de sierra a Matt y Sweat, con las cuchillas ocultas en carne de hamburguesa congelada, según la fiscalía. Discutió con los asesinos un plan para matar a su marido y acceder a ser su conductora en la huida pero se echó atrás, dijo un fiscal. Mitchell se ha declarado no culpable de los cargos de contrabando en la prisión y complicidad para cometer delito.

“¿Cómo puede ser esto?”, preguntó Lyle Mitchell a su esposa mientras conducía de vuelta a casa desde el cuartel días después de su arrestó, según contó el hombre más tarde al programa “Today” de la televisora NBC.

Ella le explicó que tenía dudas sobre su amor y que se sintió halagada por las atenciones de Matt, que había tratado de besarla un par de veces, dijo Lyle Mitchell. Pero agregó que su cariño se convirtió en miedo cuando le dijo a Matt que había cambiado de opinión acerca de ser su chofer y él amenazó con matar a su esposo.

“Lo tenía metido en la cabeza y tenía miedo “, dijo según el marido.

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Incluso para los estándares carcelarios, el correccional de Clinton, con 170 años de historia, es un lugar duro.

Se la conoce como “Pequeña Siberia” por su entorno aislado y una media de 155 días al año a temperaturas bajo cero. Cerca del 90% de los casi 3.000 presos que acoge han sido condenados por al menos un delito violento, en comparación con el 63% del resto del estado. Un informe del año pasado de una asociación sin ánimo de lucro que monitorea prisiones la presentó como un foco de violencia, con guardias golpeando reclusos y presos luchando entre ellos.

Sin embargo, también es una prisión donde el buen comportamiento puede suponer que un reo obtenga una pequeña parcela de tierra para jardín y barbacoa y una celda en un “módulo de honor”, donde Matt y Sweat habían pasado los últimos cinco años.

Tenían acceso a una cocina donde hacer sus preparar sus comidas — cuando no recibían platos preparados calientes en sus cubículos — además de más tiempo del habitual fuera de las celdas y lo que se consideran trabajos destacados, por su exposición al personal, en la sastrería, apuntan ex reclusos. Este puesto, dicen, les da autonomía para moverse por las instalaciones escoltados por un guarda.

“Todo el mundo tiene sus chanchullos en la cárcel, y a veces eso incluye llevar cosas del trabajo y venderlas en el patio”, dijo Ricky Jones, cumplió una condena de 14 años por homicidio en Clinton. “Se pueden conseguir algunas comodidades así, pero para las cosas que de verdad son de lujo se necesita la cooperación de los guardas”.

Matt y Sweat obtuvieorn unas ayudas que cruzaron la línea del delito del veterano agente de prisiones Gene Palmer, dijeron los fiscales.

Después de 27 años, el trabajo de Palmer — por el que percibía 72.600 dólares al año — está tan arraigado en su vida que toca en una banda de rock local llamado Just Us — al parecer un juego de palabras con la pronunciación de la palabra justicia en inglés.

El día de la fuga, Palmer dijo a una vecina que cerrase las puertas con llave, advirtiéndole que los huidos eran peligrosos. Sin embargo, él había llegado a desarrollar una relación tan cercana a ellos que Matt le dio pinturas e información sobre malas prácticas de los internos.

Palmer, a su vez, confesó haber entregado materiales artísticos a Matt, y después alicates, un destornillador y les hizo otro favor cuestionable: les dio acceso una pasarela donde Sweat dijo que iba a ajustar los cuadros para permitir que pudiesen cocinar en sus propias celdas, señaló el funcionario. Esa zona formó parte luego de la ruta de la evasión.

Por último, el 30 de mayo, Palmer le dio a Matt la hoja recubierta de carne picada de Mitchell, sin darse cuenta de la existencia de las sierras ocultas entre la carne, dijo el hombre de 57 años. Tiene previsto declararse culpable de contrabando en la prisión y otros cargos.

“En ese momento no me di cuenta” de lo que pleneaban, dijo.

En cualquier prisión, los funcionarios tienen que hallar un balance entre cooperar con los reclusos y el mantenimiento de la seguridad. Una concesión menor, como permitir una ducha extra, puede tanto generar confianza como dejar un resquicio que los prisioneros pueden aprovechar para manipular a sus guardianes.

Y así, los dos prepararon su fuga.

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A medida que los días se convertían en semanas, investigadores en la remota región de North Woods desplegaron perros sabuesos y helicópteros, revisaron casas y maleteros de autos y se metieron en pantanos y entre maleza. Algunas escuelas incluso llegaron a cerrar sus puertas algún tiempo.

El viernes 26 de junio peinaban el último punto caliente, los montes próximos a Malone, a solo unas millas de la frontera con Canadá. Había estado lloviendo intermitentemente durante días, y la humedad hacía que las noches fuesen especialmente frías.

Era el 21er día de una agotadora persecución en la que llegaron a participar hasta 800 agentes a la vez. Las autoridades comprobaron más de 2.400 pistas potenciales que los llevó de norte a sur de Nueva York, a Vermont y Filadelfia, donde un taxista llegó a pensar erróneamente que había capturado a los dos hombres.

Bosques, caminos de tierra y alguna que otra torre para comunicaciones celulares forman parte del paisaje de alrededor de Malone. Cabinas de cazadores salpican el monte, aisladas y alejadas de la carretera. En ellas suelen vivir todo el año funcionarios de prisiones, además de cazadores en temporada alta. Antiguas vías de tren cubiertas de maleza, que se utilizan como senderos para motos de nieve, surcan la zona, un camino sencillo para dos fugitivos.

A los residentes de Malone, con 14.000 habitantes, se les dijo que cerrasen las puertas con llave, una práctica poco habitual en esta ciudad.

En los últimos días habían aparecido pistas alentadoras: una cabina asaltada con indicios de la presencia de Matt, envoltorios de caramelos en un campamento donde alguien había estado aparentemente tumbado y una botella de ginebra con sabor a uva abierta en una cabaña de caza vacía. El ADN de Sweat, llevó a las autoridades a creer que los prófugos habían empleado especias para enmascarar el olor de su rastro, aparentemente con éxito.

Entonces, un conductor que remolcaba una caravana escuchó un ruido fuerte y pensó que le había estallado un neumático. Ocho millas más abajo, el conductor encontró un agujero de bala en el tráiler.

Un equipo táctico corrió al lugar del disparo, en una cabaña cercana olía a pólvora y vieron indicios de que alguien había huido por la puerta trasera.

Un destello y un ruido, posiblemente una tos, descubrieron a Matt. No atendió las órdenes para levantar las manos. No llegó a disparar su escopeta del calibre 20. Antes recibió tres balas en la cabeza que lo mataron, dijeron las autoridades.

Un forense dijo Matt estaba limpio, bien alimentado y vestido para las inclemencias del tiempo. Las picaduras de insectos que molestan a los turistas estivales parecían casi ausentes.

Sin más indicios sobre Sweat, la búsqueda siguió adelante.

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En un restaurante en la Ruta 11, los vecinos expresaron su apoyo a la invasión de agentes, y un cartel en un local de comida rápida les daba las gracias. En otros lugares se ofrecía comida gratis a la policía. La ventana del Dunkin’ Donuts tenía un cartel con la cara de los dos fugados.

El sargento de la policía estatal Jay Cook estaba solo cuando, alrededor de las 03:20 de la tarde, avistó a Sweat caminando por una carretera en la localidad de Constable, a casi 2,5 kms (1,5 millas) de la frontera con Canadá. Sweat entró a una zona arbolada y desoyó las peticiones de alto, dijeron autoridades.

Cook apuntó y disparó a Sweat dos veces en el torso.

Una foto lo mostró vistiendo un abrigo con capucha y pantalones de camuflaje y con manchas de sangre en la cara. Durante su traslado a un hospital de Malone, tosía sangre.

“Sólo puedo suponer”, dijo el responsable de la policía estatal Joseph D’Amico, “que iba a la frontera”.

Cuando las autoridades interroguen al prófugo tendrán más detalles sobre cómo el y su vecino de celda lograron completar una huida que sin duda se convertirá en legendaria.

Por ahora, la policía y los residentes están contentos de que haya terminado. NUEVA YORK (AP)

 

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