Opinión: Bill de Blasio, el alcalde del mundo

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Nueva York. Si Nueva York es la capital del mundo –porque hay gente de todos lados y lo que ahí se decide afecta al planeta- entonces su alcalde, Bill De Blasio, tiene una enorme influencia global con lo que hace o deja de hacer.

No es poca cosa, pues, que haya decidido hacer visibles a los invisibles y ofrecerle una identificación oficial de la ciudad a medio millón de indocumentados. Si Nueva York lo hizo, otras ciudades también lo podrían hacer. Es el poder del ejemplo. Y más si eres el alcalde del mundo.

Nueva York actuó porque Washington no quiso. “Si nuestro gobierno federal no va a actuar, nosotros vamos a actuar”, me dijo De Blasio en una entrevista en el maravilloso zoológico del Bronx. Los Republicanos del congreso, vergonzosamente, bloquearon la reforma que hubiera legalizado a muchos de los 11 millones de indocumentados. Y el presidente Barack Obama todavía no se atreve a actuar solo.

Así que la identificación de la ciudad le hará la vida más fácil a los indocumentados para rentar, para abrir cuentas de banco, para que la policía no los moleste y para asistir con descuento a eventos culturales (aunque no para manejar o para abordar aviones). “Casi medio millón de neoyorquinos son indocumentados”, me contó, “son nuestros vecinos, nuestros amigos, nuestros compañeros de trabajo, necesitan ser reconocidos, respetados y participar completamente en nuestra sociedad.”

Esta fue, sin duda, una decisión valiente en un momento en que Nueva York sigue siendo un objetivo para terroristas. La ciudad tiene todavía enormes heridas después de los ataques del 9/11. Sus críticos dicen que darle identificaciones a los indocumentados haría más fácil que los terroristas se mezclaran con la población. De Blasio no lo cree así.

“Tenemos mil agentes dedicados a la lucha contra el terrorismo… El departamento de policía de Nueva York sabe de terrorismo”, me dijo el alcalde. “Una de las mejores maneras de enfrentar el terrorismo es con buena información, con datos obtenidos por el espionaje y por las relaciones que tengamos con las distintas comunidades.”

Pero el temor sigue presente. La semana pasada De Blasio tuvo que calmar el nerviosismo en la ciudad luego que el primer ministro iraquí declarara que se preparaba un ataque terrorista al metro de Nueva York y al de París. “Los terroristas quieren que vivamos con miedo”, dijo el alcalde en una improvisada y tensa conferencia de prensa, “pero nosotros nos rehusamos a vivir con miedo.” Y los trenes siguieron rodando.

De Blasio en solo 9 meses ha impuesto su agenda, mucho más liberal que la de sus dos antecesores Michael Bloomberg y Rudolph Giuliani. Desmanteló un programa de espionaje a miembros de la comunidad musulmana –era “contraproducente”, justificó, e inhibía la relación que debería tener la policía con los musulmanes en Nueva York. También, suspendió la práctica de detener y catear a sospechosos -conocida en inglés como Stop and Frisk- que se aplicaba desproporcionadamente a gente afroamericana y de otras minorías.

Pocos lo sabían pero De Blasio es mago. Hizo aparecer dinero donde no había. Consiguió la aprobación de su programa de educación pre-escolar –conocido como Universal Pre-K- para más de 73 mil niños durante los próximos dos años. No es barato. Costará más de 10 mil dólares por cada niño de cuatro años de edad. Pero torció brazos y voluntades y logró uno de los principales objetivos de su alcaldía.

De Blasio, además de ser muy alto –mide más de dos metros- es muy rápido. Caminando en el zoológico del Bronx me explicó que él sabe que su capital político empezó a disminuir tan pronto tomó posesión. Y por eso, como buen neoyorquino, siempre parece que tiene prisa.

Al alcalde ahora le falta lo más difícil. El llegó a la alcaldía con la promesa de hacer de Nueva York una ciudad más equitativa para todos. Pero el reto es gigante: Manhattan es uno de los lugares de Estados Unidos donde hay más separación entre los muy ricos y los muy pobres. Si el experimento funciona, otros políticos (dentro y fuera de Estados Unidos) seguirán la misma agenda.

¿Le interesa ser presidente? Le pregunté. La ambición no se esconde en Nueva York. Giuliani fue precandidato presidencial y Bloomberg lo consideró seriamente. Pero me dio la respuesta políticamente correcta. “Acabo de comenzar aquí”, me respondió, “y es un tarea enorme el hacer los cambios que se necesitan; tengo mucho que hacer aquí.”

El alcalde del mundo apenas comienza. Ya veremos como termina.

 

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