Por Jorge RAMOS
No pudo más. La voz se le cortaba y las lágrimas peleaban por salir. El meteorólogo John Morales, del Canal 6 de Miami, se acababa de dar cuenta que los vientos del huracán Milton habían superado las 157 millas por hora y ya era categoría 5. John sabía lo que esto significaba: muchas muertes y un verdadero desastre natural.
De hecho, en un solo día, Milton había pasado de categoría 1 a 5, algo inusitado. Y no solo eso, sus vientos superaban las 175 millas por hora. Una fuerza destructiva impresionante. Las terribles imágenes que vimos en las últimas horas en el norte de la Florida demuestran que John no estaba exagerando. Los vientos e inundaciones afectaron comunidades enteras.
Durante años los meteorólogos han discutido la posibilidad de crear una nueva clasificación -Categoría 6- para los potentes huracanes que se forman en esta era del cambio climático. Milton hubiera entrado en esa clasificación. Son los nuevos superhuracanes.
“Mis disculpas”, dijo John por televisión, mientras daba su letal pronóstico y recuperaba la voz. Los meteorólogos no suelen llorar por televisión. Pero esto era distinto. “Esto es horrible. Los mares están increíblemente calientes, con récords de temperatura. Y ustedes saben lo que está causando esto. No se los tengo que decir: el calentamiento global y el cambio climático”.
Llevo más de tres décadas viviendo en el sur de la Florida y he tenido mi buena dosis de huracanes, inundaciones y evacuaciones. No es que uno se acostumbre; más bien, esas tormentas se convierten en una parte normal de tu vida. A cambio de tener un mar que parece tina de baño durante el verano, y tiempo soleado el resto del año, ya sabemos que nos tenemos que preparar para un par de huracanes por temporada. A veces más, otras menos.
Y no es el temor inusitado de los terremotos. Al huracán lo ves venir, lentamente, por días, los noticieros se atascan de información, de pronto escasean los alimentos y crecen las filas para la gasolina, las calles se llenan de rumores y predicciones amarillistas, los políticos piden ayuda de emergencia antes que lleguen los primeros vientos, cierran escuelas y negocios…y a veces no pasa nada. Pero cuando pasa, pasa. Y en grande.
Me ha tocado cubrir (como periodista) y sufrir (como residente) varios huracanes. Algunos se te quedan grabados como un trauma. Y como llevan nombres de personas, es imposible olvidarlos. Todavía recuerdo la parálisis que causó Andrew (1992) en la Florida, las inundaciones de Katrina (2005) en Nueva Orleans y la conmoción que dejó María (2017) en Puerto Rico. Uno habla de estos huracanes como personajes diabólicos. Y Milton viene de esa misma familia de despiadados. Por eso causó tanto miedo.
Mientras les cuento estas historias resulta increíble pensar que tantos vivamos tan cerca de las costas. A cambio de un pedazo del paraíso nos arriesgamos a perderlo todo. Sí, tarde o temprano un gran huracán nos va a hacer añicos. Esta vez fue Tampa. Pero la próxima puede ser Miami o cualquiera de las poblaciones que, temerariamente, han ido creciendo en el golfo de México y en las costas del Atlántico y el Pacífico. A veces la naturaleza se ensaña, como ha ocurrido en Acapulco. Y es que nadie está a salvo.
Es nuestra culpa.
El 10 de marzo del 2022 el Secretario General de Naciones Unidas, Antonio Guterres, anuncio que ya habíamos “pasado el punto de no retorno” en la crisis climática. Y llevamos más de 12 meses consecutivos en que las temperaturas del planeta han superado los 1.5 grados centígrados en comparación con el promedio de la era pre-industrial (1940). Ese era el límite que científicos y Naciones Unidas habían acordado como máximo para controlar el calentamiento global. Y ya lo cruzamos.
Por eso Milton y huracanes cada vez más poderosos. Por eso el clima extremo. Por eso partes de los ríos Amazonas y Mississippi se quedan sin agua. Por eso inundaciones sin precedentes en una parte del planeta junto a sequías inimaginables.
¿Estamos demasiado tarde? le pregunté a Albert Martínez, uno de los mejores meteorólogos del Weather Channel. “Cuando uno mira los números, uno se da cuenta que el punto de no retorno ya lo hemos pasado”, me dijo. Ir hacia atrás “en ese famoso grado y medio de temperatura media en el planeta ya es muy difícil. Imagínate: por mucho que mañana todos los países del mundo se pusieran de acuerdo y dijeran ‘vamos a dejar de emitir dióxido de carbono’, la tierra tiene una inercia”.
Luego vino lo que ninguno quería oír. “Ir hacia atrás, frenar el cambio climático es prácticamente imposible”, me dijo Albert. “Tenemos que adaptarnos a este nuevo futuro que ya lo tenemos aquí”.
En este nuevo futuro hay, desde luego, muchas cosas que podemos hacer. Los países más ricos del mundo (G-20) son los responsables del 80 por ciento de las emisiones de gas. Y es ahí donde debemos de poner la mayor presión.