Por Roberto PELÁEZ
Allá en el lejano Sonsonate, El Salvador, Lupita Rodríguez conoció desde temprano ‘los golpes bajos’ de la vida. “Tuve un accidente a los 8 años que me afectó considerablemente la visión del ojo izquierdo”, recuerda.
“Luego vino la separación de mis padres, quedé al lado de mi papá, sin embargo para las operaciones de la vista viajé a Guatemala, donde residía mi mamá... a instancia de ella estudio cosmetología. Me operaron cinco veces”, destaca.
Una vez graduada de cosmetología, regresa a El Salvador. “Comienzo a trabajar por lo que había estudiado, cuenta, no me iba mal, conseguí abrir mi propio salón, aunque tengo mis títulos, no es precisamente lo que me apasiona, me gusta más la publicidad.
“Nunca me pasó por la mente venir a Estados Unidos, prosigue, el parto de mi primer hijo incidió de manera desfavorable en lo que me quedaba de vista”, asegura con el rostro serio.
“Animada por unos amigos vendo todo y llego aquí en el 2007, explica, vine sola... mis hijos se me unieron luego. Hoy uno tiene 30 años y el menor 25, cuentan con sus profesiones, les va muy bien, siempre les insisto para que estudien, se superen, sean buenas personas”, enfatiza.
“Creo que por mucho que una le diga a los hijos siempre lo fundamental será el ejemplo, que ellos vean en los padres la voluntad de superarse, pongan por delante la educación; se han perdido el respeto, los valores, no podemos cansarnos de perseverar, platicarles de la fe en Dios, por eso veo la vida con sano orgullo, tengo dos hijos que son buenas personas, eso reconforta el esfuerzo y la entrega de los padres, y ellos lo comprenden cuando tienen sus propios hijos, entonces valoran el amor y el sacrificio, lo que hemos hecho, por lo que hemos pasado, sobre todo por su educación”, señala emocionada.
De padres fallecidos, víctima de violencia doméstica, Lupita no se amilana, “tengo la virtud de crecerme ante las dificultades, de abrirme paso sola, a mi llegada a Estados Unidos, como han hecho millones de personas, trabajé en muchas cosas distintas, en un McDonald, un Panda, salón de belleza, pude laborar en publicidad, llegué a tener mi propia revista, sin embargo la tecnología ha sido un rival difícil para los medios impresos, comenta, por eso admiro al periódico El Mundo, hace poco cumplió 44 años y sigue junto a la comunidad”, advierte.
Por modestia no dice que cada tres meses envía dinero para ayudar a su pueblo natal, “no me gusta referirme a eso, prefiero experimentar la satisfacción interior que siente quien prefiere dar que recibir, eso es lo mejor, y lo que Dios ve”, asegura con un brillo en su mirada.