Opinión: Fui a ver a Taylor Swift...

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Por Jorge RAMOS

Y me encantó. (Enchanted to meet you, dice una de sus canciones.) No suelo escribir sobre esto. Pero no hay nada comparable a ver a una de las mejores artistas del planeta en lo más alto de su carrera.

Ahora que el mundo anda muy revuelto -con una guerra en Ucrania que se nos puede hacer nuclear, con las superpotencias dándose arañazos, con el calentamiento global inundándonos y sofocándonos, y con el resurgimiento del autoritarismo- me fui a refugiar durante tres horas exactas a un concierto de Taylor Swift en un estadio de futbol americano en Tampa, Florida, y la experiencia fue fascinante. Y muy educativa. Hay mucho que aprender de la cantante y de sus fans. Fue una gran lección de optimismo. Existe una joven generación estadounidense llena de confianza en el futuro.

La venta inicial de boletos fue un lío. Pero tras meses de perseguir unos esquivos asientos en la reventa, pude cumplirle a Carlota (de 13 años) el sueño de ver a su “ídolo”. Ella me ha ido convirtiendo en un swiftie -un seguidor de la cantante- y valió la pena cada segundo.

Afuera del estadio, en lo que se ha convertido en algo normal en Estados Unidos, había varios grupos de policías y fuerzas especiales, con armas largas, para evitar o reaccionar ante cualquier tiroteo e incidente de violencia. ¿Y el covid? ¿Cuál covid? No vi a una sola persona con máscara. Bienvenidos a la primavera musical del 2023. Todos los artistas que estaban encerrados han salido de su guaridas y la oferta de conciertos es enorme.

El concierto Taylor Swift comenzó a las 8 en punto con unos hombres/mariposas sobre el escenario. Y ella fue mutando, con una decena de cambios de ropa, mientras recordaba los 10 álbumes de su carrera, desde la época en que cantaba country, pasando por Reputation y el premiado Lover hasta Midnights, su producción más reciente y sofisticada. Por eso el tour se llama “Eras”.

Cantar ante 70 mil personas debe ser una de las cosas más difíciles del mundo para cualquier artista. Pero Taylor lo hizo con una naturalidad sorprendente, mirando a la multitud sin prisa y, de pronto, apuntando los ojos a las cámaras que reflejaban su cara en una pantalla super-gigante, haciéndola 10 veces más grande. Dar esa sensación de cercanía e intimidad -en medio de luces, bocinas y una masa de celulares encendidos y bailarines- es uno de sus grandes talentos. Taylor se toma su tiempo para conversar con la gente en el estadio, mientras toca el piano o la guitarra, como si estuvieran en la sala de su casa. No hay nada como ver a una artista en el máximo de sus posibilidades.

Sus canciones son verdaderos himnos de reafirmación para una generación de mujeres que ha aprendido a tomar el poder, no a que se lo cedan. Y ahí están algunas frases de sus canciones como “I’m the only one of me” (Soy la única como yo) y la crítica a los adultos que creen que “cuando eres joven ellos asumen que no sabes nada”. Ella sabe.

Las asistentes al concierto que fui en Tampa, en una señal de rebeldía o impaciencia, se tomaron los baños de los hombres y, quien se atreviera a entrar, tenía que hacerlo ante una intimidante fila de mujeres. Taylor, que en una entrevista dijo que su vida “no era normal”, está normalizando un nuevo balance del poder con las mujeres al frente.

Más que una moda o una tendencia, Taylor Swift ha creado un movimiento. Sus conciertos son un coro de decenas de miles de gargantas. Vi niñas de 8 y 9 años pero, sobre todo, a teenagers y adolescentes que no llegaban a los 20. Casi todas con sus mamás o un adulto que trataba de pasar desapercibido o que era absorbido en un mar de vestidos de lentejuelas rosas y blancas. Es el poder rosa.

​Atrás quedó el incidente en 2009 cuando Kanye West le arrebató el micrófono a Taylor en el escenario, luego de ganar el premio VMA al mejor video femenino del año. En el documental del 2020, Miss Americana, queda claro cómo ese momento cambió para siempre a la cantante y, lejos de caerse, la convirtió “en la mejor performer/cantante del mundo”, según aseguró en el concierto uno de sus amigos compositores.

¿Su fórmula del éxito? Ser buena persona y escribir canciones, nos dice en el documental. Muchos swifties en redes sociales creen que el título de su próximo álbum será Karma, en alusión a su creciente influencia, ganancias y poder (y a la autodestrucción pública que ha sufrido Kanye West). Taylor, quien ha roto todo tipo de récords, nunca más le entregará a nadie el micrófono.

No me atrevo a jugar al sicólogo pero hay un fenómeno de ilusión de vidas paralelas cuando decenas de miles de personas cantan simultáneamente con su artista favorito y se graban en su celular. En mi época se iba a los conciertos a escuchar; ya no. Ahora se va a cantar y a bailar junto al artista, y a grabar y a postear la experiencia en redes, y si se puede hacerlo en vivo, mejor. Para los Millennials y Gen-Zers, ir sin celular a un concierto es como no ir.

A pesar de que la mayor parte de su material musical es autobiográfico y ser mayor (33 años) que el aparente promedio de las asistentes a sus conciertos, Taylor conoce bien el alma de su audiencia. Y, en muchos sentidos, habla por ellas. Eso es lo que la hace tan poderosa.

Mi única crítica al concierto de Taylor Swift es que en su audiencia no existe esa tradición tan latinoamericana y tan solidaria de gritarle “¡otra! ¡otra!” al artista para que al final del concierto regrese a cantar una o dos canciones más. A las 11 de la noche en punto, luego de una extraordinaria actuación de tres horas sin descansos, Taylor presentó a sus bailarines, a su banda y a sus coristas, y se fue. No hubo “otra”.

De pronto, se prendieron todas las luces del estadio, como despertándonos de un trance. “Nunca en mi vida había visto algo así”, le dije a Carlota, quien no dejaba de sonreír, y luego me preguntó, casi sin voz: “¿Cuándo podemos ir a otro concierto de Taylor Swift?”

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