Por Jorge RAMOS
Ciudad de México. Los corresponsales extranjeros de Estados Unidos y Canadá, que no están acostumbrados a los largos monólogos del presidente de México, tuvieron una probadita de lo que son las “mãnaneras”, esas interminables y tortuosas conferencias de prensa diarias de Andrés Manuel López Obrador.
Al finalizar la reunión de los líderes de México, Canadá y Estados Unidos, la periodista mexicana Sara Pablo del Grupo Fórmula le hizo varias preguntas -puntuales y precisas- a los tres. Pero el único que contestó fue el presidente Andrés Manuel López Obrador.
Su respuesta duró 28 minutos.
La pregunta para AMLO era sobre migración y cómo México -que en la práctica se ha convertido en el muro y en la policía migratoria de Estados Unidos- se estaba preparando para recibir a las decenas de miles de inmigrantes que su vecino del norte le iba a enviar muy pronto. Pero, divagando, el presidente mexicano se refirió a una refinería, al tren maya, a becas para jóvenes, a un programa de ayuda para los mayores de 65 años de edad, a los árboles que su gobierno ha plantado, a su lucha contra la corrupción y la impunidad, y a un montón de temas más.
La transcripción de la Casa Blanca indica que López Obrador pronunció más de 2 mil 500 palabras en esa respuesta. Y, por cierto, nunca contestó la pregunta concreta de Sara. Ni Joe Biden ni Justin Trudeau pudieron contestar porque AMLO, abruptamente, dio por terminada la sesión con la prensa luego de su larguísima respuesta. El hecho fue tan bochornoso que, al final, se escuchó decir a Biden en el micrófono: “Que quede constancia de las preguntas que no pude contestar. Lo haré más tarde”.
Varios corresponsales extranjeros apuntaron en Twitter la propensión de AMLO a hablar mucho y decir poco. Max de Haldevand describió en Bloomberg News cómo Biden y Trudeau veían sus zapatos y al cielo mientras AMLO hablaba y hablaba. The Washington Post destacó cómo López Obrador habló públicamente mucho más que sus invitados. Y en México el Reforma calculó que en ese mensaje a los medios, AMLO habló en total 41 minutos, mientras que Biden solo lo hizo 14 minutos y Trudeau 12.
En México a eso le llamamos tirarse un rollo.
Más allá de que esto sea algo anecdótico, refleja la manera de gobernar de López Obrador. Él cree que al hablar todas las mañanas a los medios, a veces por casi tres horas, va a dominar el mensaje y la narrativa en el país. A veces lo logra. Sus simpatizantes repiten, sin cuestionar, sus palabras millones de veces en las benditas redes sociales. Pero el problema es que sus palabras no son mágicas y, por más que hable, no cambian la realidad.
El rollo no substituye a soluciones concretas.
El caso más específico en que sus palabras no han podido modificar la realidad es el de la terrible violencia en México. Su gobierno ya es el más violento del siglo. Estos son los datos oficiales. Desde que AMLO tomó posesión han asesinado a más de 133 mil mexicanos. Son más que en los sexenios de Enrique Peña Nieto y Felipe Calderón.
Pero AMLO ha insistido en presentar esos mismos datos de otra manera. Es el rey del spin, como se le dice en inglés cuando alguien trata de mostrar de manera positiva algo que no lo es. En su mañanera del 29 de diciembre del 2022 dijo que los homicidios dolosos durante su gobierno bajaron 10.3 por ciento. Mientras que aumentaron en los últimos tres sexenios.
La realidad, incuestionable, es que muchos más mexicanos han sido asesinados en el sexenio de López Obrador que en cualquier otro desde la guerra cristera y la revolución. Independientemente de los malabarismos estadísticos del presidente. Por más vueltas que se le dé, es imposible presentar como un resultado positivo la muerte de 133 mil mexicanos. Eso es creer fervientemente en su enorme capacidad de tirarse un rollo; el presidente es el principal promotor del pensamiento mágico en que todo -hasta un récord de asesinatos- pretende presentarlo como algo bueno.
Muchos mexicanos ya no se tragan ese cuento. La violencia está ahí, con feminicidios, desaparecidos, narcocarteles, Culiacanazos, enormes territorios con vacío de autoridad y muertes de periodistas. No importa el spin que se le dé en el Palacio Nacional. La realidad, particularmente cuando está manchada de sangre, es muy terca.
En México no se necesitan más rollos, solo más resultados.
Cuando López Obrador entregue el poder en el 2024 será juzgado, no por las millones de palabras que pronunció en las “mañaneras”, sino por las soluciones a los problemas concretos que heredó. El prometió menos pobres, menos desigualdad y menos muertos; más democracia, más progreso económico y más libertades. Y contra esas promesas es que lo vamos a medir. Nada más y nada menos.
Las crónicas de los corresponsales extranjeros sobre la reciente reunión de AMLO, Biden y Trudeau, hablan de tres países que, a pesar de sus enormes diferencias, están haciendo todo lo posible para trabajar juntos. Desde donde se vea, eso es muy positivo y hay que destacarlo. Pero también describen a un presidente mexicano enamorado de sus palabras, y que no sabe ponerle fin a sus monólogos.
Dentro de su palacio, nadie se atreve a interrumpirlo ni a decirle que, en algún momento durante esos 28 minutos, lo dejaron de escuchar.