Opinión: Los negacionistas

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Por Jorge Ramos

La excongresista estaba enojada. No todos los republicanos pensamos así, me dijo molesta Ileana Ros-Lehtinen en un programa de televisión en Estados Unidos.

Ella estaba reaccionando a un reporte que acabábamos de ver sobre los candidatos del partido Republicano que aún creen que Donald Trump ganó las elecciones presidenciales del 2020. Ellos, junto con Trump, son la principal amenaza para la democracia en Estados Unidos.

En inglés les llaman election deniers. Es difícil encontrar en español una traducción exacta. Son negadores; de la realidad y de los resultados oficiales en que Trump perdió por más de siete millones de votos y 74 votos electorales. El jefe de redacción del Noticiero Univision, Daniel Morcate, decidió llamarlos “negacionistas”. Y así les llamaremos hasta que encontremos otra definición más precisa.

En las elecciones de la semana pasada en Estados Unidos hubo cientos de candidatos del partido republicano que eran negacionistas. Y buscaban posiciones como senadores, congresistas, gobernadores, fiscales estatales y secretarios de estado. Muchos de ellos consiguieron el apoyo tácito de Trump antes de las elecciones, con la esperanza de que les diera la victoria. No fue una ola roja. Varios de los candidatos apoyados por Trump y sus mentiras, perdieron. Pero otros se colaron ya en el sistema.

Todavía no tenemos todos los resultados. Pero lo que sí es cierto es que algunos de estos negacionistas se han infiltrado en la estructura electoral de Estados Unidos y que, en un momento dado, podrían obstaculizar el correcto funcionamiento de la democracia. El diario The New York Times identificó al menos a 220 republicanos que cuestionaron las elecciones presidenciales del 2020 y que ganaron sus contiendas el martes pasado. (Al menos 120 negacionistas perdieron.) ¿Qué pasaría si dependiera de alguno de ellos el certificar una elección o dar como ganador a un opositor político?

El gran negacionista es Donald Trump.

Hoy, todavía, no reconoce que perdió en las elecciones presidenciales del 3 de noviembre del 2020. Esa actitud antidemocrática de Trump incitó el violento ataque al Capitolio el 6 de enero del 2021, en el que varias personas murieron. A pesar de las contundentes audiencias en el congreso sobre el papel de Trump en la insurrección, no existe todavía ningún impedimento legal para que se lance, por tercera vez, como candidato a la Casa Blanca.

¿Qué pasa en una democracia si uno de los candidatos -en este caso Trump- solo acepta los resultados si gana? Se debilita y pudiera desaparecer. La tradición en Estados Unidos hasta el 2020 era que el candidato perdedor concedía y luego felicitaba al ganador. Así lo hizo Al Gore ante George W. Bush en las polémicas elecciones del 2000. Pero Trump rompió la tradición y la verdad.

Por más de dos siglos la democracia estadounidense fue un ejemplo para otros países. Ya no. Su arcaico sistema de votación obliga a cada uno de sus 50 estados a escoger la manera de organizar las elecciones y contar los votos. Hay, por lo tanto, 50 árbitros electorales y 50 maneras distintas de votar. Eso, por supuesto, genera retrasos y sospechas. Además, resta mucha confianza en los resultados la posibilidad de que sea presidente un candidato -como Trump en el 2016- que perdió el voto popular.

Ahora la democracia estadounidense puede aprender de otros países.

Es increíble que otras naciones puedan contar todos sus votos el mismo día de las elecciones -incluso horas después de cerrar las urnas- y que Estados Unidos no lo haga aunque exista la tecnología para hacerlo. En las pasadas elecciones presidenciales en Brasil se contaron 118 millones de votos en solo tres horas tras el cierre de las urnas. También, ayudaría mucho en Estados Unidos un organismo central e independiente que impusiera reglas y procedimientos similares en los 50 estados.

México, por poner un ejemplo, tiene el Instituto Nacional Electoral (INE) que funciona muy bien. Los presidentes y sus gobiernos ya no se meten a organizar elecciones ni a contar votos. Eso ha evitado los espantosos fraudes que caracterizaron a México desde 1929 al 2000. Estados Unidos podría aprender mucho del INE.

La principal vulnerabilidad del sistema electoral estadunidense es que los resultados tienen que ser certificados por un secretario de estado que, ahora, pudiera ser un negacionista. Y si ese funcionario -por razones ideológicas, personales o por ser aliado de Trump- no quiere reconocer el triunfo de un opositor político, todo el sistema podría caer en crisis.

Tras las votaciones del 2020, ya es famosa la llamada grabada de Trump al secretario de estado de Georgia pidiéndole 11 mil 780 votos que necesitaba para revertir el resultado en ese estado. El secretario de estado se rehusó. Pero un negacionista, en la misma posición, podría actuar de otra manera.

Por ahora, podemos respirar.

A pesar de las pataletas, las trampas y las mentiras de Trump y sus negacionistas, el sistema democrático estadounidense funcionó en el 2020 y también ahora en el 2022. Pero la amenaza más grave es que, dentro de la estructura de poder, ya hay cientos de personas que no creen en las reglas de la democracia.

El principal peligro para el futuro de Estados Unidos está dentro, no fuera. 

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