Hay muchas cosas que se pueden aprender de un huracán. Lo primero es la fragilidad de la vida humana frente a la naturaleza.
Ante vientos huracanados y marejadas gigantescas somos minúsculos e impotentes. Y, como periodista, se pueden rescatar varias lecciones de cómo ejercer este noble oficio y que nos ayudan a separar los datos duros de la desinformación.
Estuve toda la semana pasada en el suroeste de la Florida siguiendo al huracán Ian, que entró con vientos de 155 millas por hora (dos menos de las necesarias para ser considerado un ciclón categoría 5). Y me tocó ver la enorme destrucción que dejó a su paso. La peligrosidad de un huracán radica en su infinita capacidad de cambiar las cosas de lugar: vi barcos sobre las calles, agua cubriendo casas, cables eléctricos arriba de las banquetas, terrenos vacíos donde hubo negocios y mansiones, y esa terrible sensación de que un malvado gigante (que hasta tiene nombre) se puso a patear todo a su alrededor.
Cuando entré, junto con un equipo de televisión, a la playa de Fort Myers -una de las zonas más afectadas por Ian- parecía un set de cine para una de esas películas del fin del mundo. Me impresionó, por su magnitud, un yate de unos 80 pies de largo que la marejada llevó hasta una carretera y lo depositó arriba de una apachurrada camioneta blanca. Son solo algunos de los muchos juguetes de Ian. ¿Cómo es esto posible? Increíble si no lo hubiera visto.
Pero el impacto más fuerte es en los que lo perdieron casi todo. Vi a una pareja con dos niños pequeños vagabundeando por la zona del desastre. Su edificio -sin techo, agua corriente ni electricidad- se había salvado. Pero su vecindario ya no existía. No dijeron mucho. Los pequeños no lloraban. Estaban pasmados.
Los meteorólogos, con computadoras cada vez más precisas, nos advirtieron dos o tres días antes del baile salvaje de Ian, que se metería en una esquinita de la Florida que estuvo protegida de un huracán similar por 101 años. Pero esta vez otro llegó como un amante vengativo. Tras su paso, todo es en superlativo: miles de millones de dólares en pérdidas, más de un centenar de muertos, y años para reconstruir.
Y a pesar de todo, siguen llegando.
Es difícil entender el atractivo de la Florida después de huracanes como Ian, Michael en 2018 o Andrew en 1992. Pero durante los últimos cinco años la Florida es el estado al que llega el mayor número de personas de otros lugares de Estados Unidos. Solo en el 2020, para dar un ejemplo, la población de la Florida aumentó en 404 mil habitantes.
Es, digamos, el poder del sol. Cuando otros estados están congelados durante el invierno, en Miami, Tampa y Orlando estamos en shorts y camiseta. Tras la pandemia, mucha gente entendió que se vive mejor cerca de una playa, un jardín o un parque que en un apartamentito sin mucha luz natural. Y si hay que trabajar desde la casa, mejor en un lugar abierto, aireado y soleado.
Claro, se han disparado los precios de las casas y las rentas. La Florida se ha convertido en el estado más caro para vivir en todo Estados Unidos, según un reciente reporte de CBS News. La renta promedio en Miami es de 2,930 dólares al mes, comparable a San Francisco y Los Angeles, dice el estudio.
Los huracanes, aparentemente, no han disuadido a millones a mudarse a la Florida. Pero quien lo hace corre riesgos ineludibles. Estamos en la zona cero del cambio climático. Un informe de Naciones Unidas y de la Organización Meteorológica Mundial concluyó que “se espera que el cambio climático va a aumentar la proporción de grandes ciclones en todo el mundo”. Traducción: hay que estar preparados para más huracanes en la Florida.
Mi trabajo está en Miami. Aquí he vivido desde 1986. Sería difícil llevarse toda una cadena de televisión en español a otro lado, por muchísimas razones que van más allá del clima. Por eso no tengo más remedio que pagar mi seguro contra huracanes -cada vez más caros- y estar bien informado.
Y aquí vienen las lecciones periodísticas. Cada vez que hay el peligro de un huracán sigo religiosamente los pronósticos del Centro Nacional de Huracanes (www.nhc.noaa.gov) y a dos grandes meteorólogos que casi nunca se equivocan: John Morales (@JohnMoralesTV en Twitter) y Albert Martínez (@AlbertEltiempo). John, Albert y los meteorólogos del Centro Nacional de Huracanes me cuidan sin saberlo; me dicen si tengo que proteger mi casa, si tengo que evacuar con mi familia y cuándo se espera la llegada de una tormenta importante.
Bueno, eso mismo que yo hago al escoger a John Morales y a Albert Martínez para que me guíen en la temporada de huracanes es lo que todos deberíamos hacer con nuestras redes sociales. Hay que seguir a gente que sepa y que dé información confiable y segura. Eso separa a los datos duros de las mentiras y la ficción. Las redes están plagadas de desinformación, de absurdas teorías de conspiración y de ejércitos de bots. Y por su tono agresivo y salvaje, siempre parece que ahí estamos en temporada de huracanes en Twitter, Facebook, Instagram, TikTok y todas las redes sociales.
De Ian, el huracán más reciente, me llevo esta lección: escoge bien a quien sigues en las redes sociales. En la Florida, en plena temporada de huracanes, te puede salvar la vida. (¡Gracias John, gracias Albert!)