Opinión: La despedida de Gabo

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Por Jorge RAMOS

“Un día te despiertas y eres viejo. Así no más, sin aviso. Es abrumador. 

Gabriel García Márquez.

“De esta no salimos”, le pronosticó Mercedes a su hijo Rodrigo. “No come y no se quiere levantar. Ya no es el mismo”. El escritor Gabriel García Márquez llevaba dos días en la cama por lo que más tarde se diagnosticó como una neumonía. Era el preludio de su muerte.

Cuando uno creía que ya no se podía leer ni saber nada más del Nobel de literatura -quien murió en la ciudad de México en el 2014 a los 87 años de edad- de pronto llegó a mis manos el extraordinario libro del cineasta Rodrigo García, uno de los dos hijos del escritor colombiano. “Gabo y Mercedes: Una Despedida” , es un libro hermoso y durísimo a la vez, lleno de amor y de anécdotas que solo puede contar alguien que estuvo muy cerca.

Rodrigo toma apuntes mientras su padre está muriendo. Escribe con una honestidad y un dolor desbordados. Y hasta con cierta pena.

“Me aterra la idea de tomar apuntes, me avergüenzo mientras los escribo, me decepciono cuando los reviso”, escribe Rodrigo. “Lo que hace al asunto emocionalmente turbulento es el hecho de que mi padre sea una persona famosa. Más allá de la necesidad de escribir, en el fondo puede acecharme la tentación de promover mi propia fama en la era de la vulgaridad”. Pero al final cede. “El tema lo elige a uno”.

Una de las partes más dolorosas del libro es cuando el escritor va perdiendo la memoria. Debido a la demencia deja de escribir y de reconocer a sus hijos –“¿Quiénes son esas personas en la habitación de al lado?”- y hasta a su misma esposa, Mercedes: “¿Por qué está aquí esa mujer dando órdenes y manejando la casa si no es nada mía?”.

Esta paulatina pérdida de la memoria debió haber sido particularmente cruel para quien aseguraba que todo lo que escribía estaba basado en la realidad. “La primera condición del realismo mágico, como su nombre lo indica, es que sea un hecho rigurosamente cierto que, sin embargo, parece fantástico”, dijo alguna vez a la prensa.

El momento de la muerte del escritor es narrada por Rodrigo, un guionista y director de cine, con abrumadora precisión y sin ningún efecto dramático. Es lo que es. Nos describe cómo ocurre y da la sensación de que estamos ahí, junto a él, frente a la cama donde yace García Márquez. Y la escena de la incineración es particularmente fuerte. “La imagen del cuerpo de mi padre entrando al horno crematorio es alucinante y anestésica”, reconoce Rodrigo. “Sigue siendo la imagen más indescifrable de mi vida”.

Vi a García Márquez y a su esposa Mercedes una sola vez en mi vida. Fue en el 2004 en una conferencia de periodistas en Los Cabos, México. Los encontré desayunando en el restaurante del hotel donde se realizaría el evento, me presenté y él me dijo: “Ven, siéntate aquí, a ver si así dejan de molestar”. Se refería a todas las personas que, como yo, paraban a saludar al gran escritor.

Sospeché que a Mercedes no le cayó nada bien que me sentara con ellos. Pero aguanté su mirada desaprobatoria y pasamos más de una hora conversando; un poco de periodismo, algo de literatura y hasta de Fidel Castro. “Los que hablan de política son Mercedes y Fidel”, me dijo García Márquez. Y desinteresado con el rumbo de la plática, no dijo más. Pero esos momentos, para mí, fueron de absoluto realismo mágico. Jamás en mi vida me hubiera imaginado que iba a desayunar con el creador de Macondo. Al terminar el café, caminé con ellos hasta la entrada del evento y luego los perdí para siempre.

Rodrigo y su hermano Gonzalo también perdieron a su madre en agosto del 2020. Y Rodrigo describe lo que tantos han sufrido en el mundo durante la pandemia: cómo decirle adiós a quien más quieres a través de un teléfono. Él estaba en Los Angeles y ella en la ciudad de México. “Como la pandemia no me permitió viajar, la vi con vida por última vez en la pantalla resquebrajada de mi celular, y luego, cinco minutos más tarde, cuando ya se había marchado para siempre”, escribe. “Dos cortos videos en directo, separado por la eternidad…”

A pesar de la dureza del tema -la muerte- y la manera hiperrealista de abordarla, hace tiempo que no leía un libro físicamente tan hermoso y agradable. Sus páginas beige son muy gruesas; más que tocarlas dan ganas de acariciarlas y no volver a leer nunca más en un celular o computadora. La cuidada edición colombiana con varias fotografías íntimas es, supongo, el gran regalo de Penguin Random House a la familia y a los lectores del escritor.

Este, como me dijo un buen amigo editor, es un libro “valiente”. Pero pudo no haberse publicado. Rodrigo tenía dudas de hacer público algo tan privado. Al final, lo publica recordando lo que siempre les había dicho su padre: “Cuando esté muerto, hagan lo que quieran”.

Se trata, como escribió Rodrigo, de “una de las vidas más venturosas y privilegiadas jamás vividas por un latinoamericano”. 

 

Por eso lo extrañamos tanto y por eso este libro, que rescata varios instantes inéditos de su vida, es tan especial. Es, sin duda, el retrato más humano que he leído sobre Gabo. Fue como tenerlo al lado y escucharlo otra vez.

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