Opinión: La gran mentira

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La niña de 11 años vio el nombre del expresidente Donald Trump en la pantalla de mi computadora y se asustó. “¿Qué pasó con Trump?” me preguntó exaltada, como si de pronto se le hubiera aparecido un monstruo en una pesadilla.

“Nada”, le dije, “no te preocupes; él sigue encerrado en su casa de la Florida”. Y se fue, poco convencida de lo que le acababa de decir.

Lo he pensado bien y creo que debí haberle dado otra respuesta a la niña. Sí hay que preocuparse por Trump. Por mentiroso y por los millones de personas que se creen sus mentiras.

El hecho de que no lo veamos y leamos en las redes sociales como antes, debido a que Twitter y Facebook lo tienen bloqueado, no significa que ha bajado su peligrosidad para la democracia de Estados Unidos. Trump está apostando por la gran mentira para controlar al partido republicano y, quizás, para tratar de regresar a la presidencia.

La gran mentira es que Trump ganó las pasadas elecciones presidenciales y que hubo un fraude mayúsculo para poner a Joe Biden en la Casa Blanca. Pero no hay ninguna evidencia -ninguna- de que eso ocurrió. Los resultados oficiales indican que Biden ganó con 306 votos electorales frente a 232 de Trump. Incluso en el voto popular, Biden -con más de 81 millones de votos- superó ampliamente a Trump, quien consiguió 74 millones de votos.

Estos son los datos. No hay otros.

Lo más alucinante es que miembros del partido republicano se han doblegado para proteger los falsos argumentos de Trump y defender públicamente sus mentiras. Cualquier republicano que se a atreva a cuestionar la visión trumpista de las elecciones corre el riesgo de perder su puesto dentro del partido. Como Liz Cheney.

La congresista Liz Cheney era la tercera en la jerarquía del partido republicano en la cámara de representantes. Pero esta semana fue destituida de su puesto partidista y reemplazada.

Si la hija de Dick Cheney -uno de los vicepresidentes más radicales que ha tenido Estados Unidos y, en parte, responsable del inicio de la injustificada guerra en Irak en el 2003- no es aceptada en el liderazgo del partido republicano, es que algo raro está pasando.

Lo que está pasando es que los republicanos le tienen terror a Trump.

Pero Liz Cheney nunca fue fan de Trump. Tras la insurrección en el Capitolio el pasado 6 de enero, ella fue una de los 10 republicanos que votaron para destituir al presidente, quien poco antes había incitado a la multitud a marchar hasta la sede del congreso. Esa Trump no se la iba a perdonar. Y se la acaba de cobrar.

Ella, sin embargo, no se quedó callada. “Hoy enfrentamos una amenaza como nunca antes”, dijo en el congreso en un discurso previo a ser destituida. “Un expresidente, que provocó un violento ataque al Capitolio para tratar de robarse la elección, está tratando de convencer a los estadounidenses de que le quitaron (la presidencia). Y así está incitando a más violencia. Millones de estadounidenses han sido engañados por el expresidente. Han escuchado sus palabras pero no la verdad, y eso afecta negativamente el proceso democrático”.

Una de las cosas que siempre he admirado de Estados Unidos es su certeza democrática. Gana la presidencia quien tiene más votos electorales. Punto. Y aún en una elección muy cerrada -como la del 2000 entre George W. Bush y Al Gore- el perdedor reconoce su derrota y, al hacerlo, reafirma la validez del sistema.

Pero con Trump eso no ocurrió. Ni reconoció su derrota ni felicitó al legítimo ganador. Y todo pudo haber quedado como el desbordado berrinche de un ególatra. El problema es que se está convirtiendo en la nueva verdad de uno de los dos partidos que rigen la vida política en Estados Unidos.

Como periodista me ha tocado entrevistar a varios republicanos después de las elecciones del 2020 y cuando les preguntó sobre Trump y sus mentiras, parece que se les apareció el diablo y evaden el tema. Hacen cualquier cosa con tal de no desatar la furia del expresidente.

En esta época de fake news y de universos paralelos, uno puede ir de plataforma en plataforma sin encontrar datos y opiniones contrarias a las tuyas. Se puede vivir digitalmente rodeado de mentiras, desde que Trump ganó hasta que las vacunas contra el coronavirus tienen un chip para controlarnos. Puras mentiras.

Lo grave es cuando millones de personas se creen esas mentiras porque uno de sus líderes las está empujando. El 55 por ciento de los republicanos, según una encuesta de Reuters/Ipsos cree que hubo un fraude en las pasadas elecciones presidenciales. Y eso es gravísimo porque no es cierto y porque le roba la confianza a la democracia de Estados Unidos.

Como niño y adolescente crecí en un país -México- donde los resultados de las elecciones no importaban. Hasta antes del año 2000, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) siempre se robaba las elecciones e imponía al presidente. Aprendí, por supuesto, a no confiar en los resultados de las votaciones. Y por eso he admirado tanto la manera en que se realizan las elecciones en Estados Unidos.

Nada de eso ha cambiado. Estados Unidos tiene un sólido sistema para realizar elecciones y para contar los votos. (Aunque yo preferiría descartar el sistema de votos electorales por uno que le dé la presidencia al ganador del voto popular.) Pero Trump, como un mal perdedor, quiere crear dudas en el sistema para justificar su derrota.

Esa es la gran mentira de Trump. Y no hay nada más triste y vergonzoso que tragarse la mentira de un bully con un ego gigantesco y luego salir a defenderla.

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