Por Roberto PELÁEZ
La mujer que tengo delante -tras muchos años dedicados a enseñar y educar-, afirma categórica que nunca se termina de aprender, de todo y de todos se puede aprender, reitera, es algo para lo que no hay excusa, la edad, el estatus migratorio, la situación económica, la constitución física, el color de la piel... pueden ser en determinado momento un reto, sin embargo el deseo de aprender, el saber que las puertas están abiertas, es algo innegable que incita a conocer cada vez más, resalta.
Hija de Jorge y Conchita Coblentz, Pilar Galindo habla con mucho orgullo de su natal México, y de esta nación que la acepta con los brazos abiertos, con un mundo de posibilidades por delante, precisa.
Tengo dos hijos de mi esposo, de 29 y 23 años, respectivamente, y otros dos míos, de 29 y 35... Tres hombres y una mujer, graduados de Administración de Empresa y Mercadotecnia, explica, cuatro personas a quienes amamos y que desde pequeñas se fijaron como meta hacer y trabajar en sus propias empresas.
He tenido la posibilidad de viajar por muchos países, sostiene, de conocer diferentes culturas, de aprender hasta de la persona más humilde, y en cada lugar dejar muestras de agradecimiento, trasmitir lo que se, darme por satisfecha con sólo sembrar una semilla; enseñar y aprender en tantos lugares me permiten apuntar que he contribuido a educar a unos cinco mil alumnos, de diferentes sexos, edades, caracteres y nacionalidades.
Guardo recuerdos de muchos de esos estudiantes porque me he dado a la tarea de enseñarles con mucho placer, asevera, poniendo todas mis fuerzas, deseando cada día que conozcan de español, de inglés, de matemática, ciencias, historia, geografía, y yo a mi vez aprender de ellos, priorizando dos aspectos fundamentales: el agradecimiento y la humildad.
Idiomas, principios, les he enseñado valores, afirma, y es una gran satisfacción poder decir que tengo alumnos de tantos países distintos; para mi significa mucho recibir una llamada, un mensaje de alguien que concluye sus estudios y tiene la amabilidad de avisarme, no olvida a su maestra, destaca; son esos estudiantes que pese a la distancia trato de unir, de conectarlos, sin tener en cuenta fronteras ni idiomas, unidos por una sola alegría, por el saberse buenas personas, sostiene la entrevistada.
Aprendo de mis padres, de mis maestros, de tantos escritores, y a cada alumno trato de inculcarle que es preciso enfrentar todo con responsabilidad, emprender y terminar cada cosa, no dejar nunca las cosas sin terminar, y eso, dice, es válido no sólo para los estudios, también para el trabajo, el formar una familia... el adoptar decisiones corresponde a uno y no se puede culpar a otro si algo sale mal, enfatiza.
Siempre hablo del interés en aprender, la responsabilidad, y poner amor en lo que uno hace, soy de las que piensa que el mejor trabajo es el que se hace con amor, placer, con gusto... te hablo del mismo amor con que me vinculo a actividades comunitarias, remarca.
Acaricia su rubia cabellera y resalta: ya mamá tiene 95 años, su salud no es buena, pero le dedico todas mis fuerzas, vivo agradecida de ella, es mi reina, mi todo; creo que quien no es buen hijo no puede ser buen esposo (a), buen amigo, entonces a la hora de dar amor a las madres no se puede escatimar o reparar en esto o aquello, ellas, no tenga dudas, lo merecen todo.