Por José López ZAMORANO
Una jovencita sueca de 16 años mantiene acaparada la atención del mundo. Desde la más alta tribuna global, las Naciones Unidas, Greta Thunberg acusó a los lideres políticos de que sus “palabras vacías” sobre el combate al cambio climático le robaron su niñez y sus sueños.
“Nos están fallando -les dijo Greta a los adultos reunidos en la Cumbre de Acción Climática de la ONU. Los ojos de todas las futuras generaciones están sobre ustedes. Y si eligen fallarnos, nunca los perdonaremos”.
Como casi todas las acciones de esta activista ambiental, sus palabras llevan una fuerte carga de provocación, es decir una estrategia deliberada para sacudir las conciencias, transformar las actitudes y, en última instancia, movilizar a la acción personal y colectiva.
La frustración de Greta es comprensible. Aunque algunos de los principales países contaminantes del planeta han renovado su compromiso con un futuro sustentable, desde el aumento en el uso de energías renovables y el desfase en el uso de combustibles fósiles.
Pero expertos coinciden que los compromisos son insuficientes y que se requiere de un mayor liderazgo para lograr avances significativos para frenar el calentamiento global. Acaso la mejor evidencia de que todos los esfuerzos colectivos no han bastado, es el hecho de que la temperatura del planeta ha avanzado un grado Celsius.
En este marco me pregunto dónde estamos los hispanos en la lucha contra el cambio climático. Encuestas muestran que ocho de cada 10 latinos que residen en Estados Unidos coinciden que es “extremadamente importante” reducir la contaminación y utilizar fuentes alternas de energía,. Un porcentaje similar consideramos importante proteger la vida silvestre y las especies en peligro de extinción.
Muchos ya participamos en el reciclaje, usamos focos ahorrativos, hemos reducido el uso de agua, viajamos en bicicleta o a pie. Pero también es importante transmitir a nuestros hijos el valor de la conservación y de la importancia de una cultura ecológica.
Andrea, una joven mexicana comprometida con la protección del planeta, está a favor de las movilizaciones en las calles y está a dispuesta a sacrificios personales, incluido dejar de comer carne y nunca comprar un auto de combustión.
Aunque admira el trabajo de Greta, cree que se trata de algo simbólico porque no habrá un impacto real a menos que todos -gobiernos, empresas, individuos- hagamos algo por el planeta.
Es una buena señal que las nuevas generaciones asuman el combate al cambio climático como una responsabilidad personal y como una obligación moral de la humanidad. Si ese pensamiento logra trasminar a los líderes políticos y empresariales que tienen el poder de hacer la diferencia, hay motivo de esperanza.
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