Editorial: Urge desterrar el odio de una vez por todas

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Fue un fin de semana espeluznante. Acostarse lamentando un tiroteo y su trágico saldo en El Paso, Texas, tantas personas muertas, niños huérfanos, familias de luto... y levantarse con la noticia de otra acción de este tipo en Dayton, Ohio, es sencillamente terrible, inadmisible. Es de esos temas en los que no valen curitas de mercuro cromo.  En conjunto ambas masacres dejaron 31 personas muertas y casi 60 heridas.

Es una realidad dura, difícil de asimilar. En El Paso perdieron la vida 22 personas, de ellas ocho mexicanos. El autor del tiroteo, Patrick Crusius, fue capturado y en un presunto manifiesto de su autoría, afirmó que “pretendía matar al mayor número posible de mexicanos”. ¿Por qué tanto odio?

En varias oportunidades el presidente Donald Trump se ha referido de manera despectiva a los emigrantes, en especial a los mexicanos. En el 2016 dejó sentado que “los mexicanos no son nuestros amigos; cuando México nos manda gente no manda a los mejores y los calificó de violadores, estafadores, traficantes”. 

O esta otra perla: “No quiero nada con México más que construir un muro impenetrable y que dejen de estafar a los Estados Unidos”.  De estas y otras manifestaciones sólo se puede deducir que:

Quien siembra vientos recoge tempestades. El odio es un sentimiento que se alimenta.

Palabras de condolencias, visitar los lugares donde tuvieron lugar los hechos, platicar con las familias, no va a devolver a ninguno de los fallecidos, no va a facilitar la recuperación de los heridos, es sencillamente una acción protocolaria. Que salga a relucir -una vez más- la Asociación Nacional del Rifle, lo fácil que resulta adquirir un arma, el asunto de los enfermos mentales, es como llover sobre lo empapado, y hasta este minuto no ha resuelto absolutamente nada.

Cada cierto tiempo tienen lugar acciones, hechos de este tipo, entonces urge tomar el toro por los cuernos, a grandes males grandes remedios. Nada compensa perder a un hijo, a un esposo, a un hermano... hay momentos (lamentablemente muy repetidos) en que no valen las palabras, en que sólo caben los hechos, las medidas encaminadas a resolver de una vez por todas, desterrar el odio y la posibilidad real de llevar el luto a las familias, sin que medien intereses mezquinos, aunque haya que atemperar la Constitución, hacer todo lo que esté al alcance para proteger a las familias, a las personas.

Todo parece indicar que es muy difícil ponerle coto a estas masacres, a estas acciones guiadas por el odio, que sacuden, estremecen a la comunidad toda, a una nación que esgrime ser paladín de los derechos humanos, y donde cada vez son más los que temen ir a un cine, a un club, a una tienda, a una iglesia. ¿Cómo digerir eso? 

 

Las madres, las esposas, los hijos, los hermanos de los fallecidos, de los heridos, difícilmente comprendan, o no comprendan nunca porqué le fueron arrebatados sus seres queridos; la incertidumbre se apodera de millones de personas, y lo que es peor, una administración sucede a otra, y a otra, y nadie le pone el cascabel al gato. Gracias por las palabras de condolencias, las visitas, pero... la solución pa’ cuando.

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