Por José López ZAMORANO
Es posible enumerar una larga lista de cambios en la sociedad de los Estados Unidos –y en gran medida del mundo— que reflejan una conciencia creciente del público hacia una cultura de la seguridad: el uso de los cinturones de seguridad en los automóviles, de los asientos especiales para niños o la vacunación oportuna.
El líder de los derechos civiles Martin Luther King solía decir que el arco de la moral universal es grande, pero se inclina hacia el lado de la justicia. Se puede afirmar entonces que la curva del cambio social positivo es igualmente extensa, pero se inclina hacia el lado del sentido común, al menos en la mayoría de los casos.
Miles de vidas se salvan cada año por el uso apropiado de los cinturones de seguridad y de los asientos de protección infantil en los autos. De la misma forma, miles de enfermedades, visitas a los hospitales e incluso muertes se evitan cada año gracias a la vacunación y a los exámenes médicos preventivos.
Es verdad que algunos de esos cambios han sido acompañados, reforzados y obligados por cambios legales que contemplan sanciones o castigos. Pero esos cambios legales, aprobados en las legislaturas estatales o en el Congreso federal, no hubieran sido posibles sin el apoyo o, al menos, la aceptación del público.
Sin embargo, también hay medidas que seguridad preventiva de valor indudable que no dependen de leyes ni castigos, sino del buen ejercicio del sentido común.
Ocho de cada 10 muertes en el agua tienen un funesto común denominador: Las víctimas no usaban chaleco salvavidas. Y no porque su embarcación no los tuviera: Encuestas muestran que muchas personas no los usan porque les parecen incómodos, costosos o porque simplemente no les permiten dorarse al sol.
Durante unas vacaciones familiares en el Caribe mexicano el verano pasado fui juez y parte del problema. En nuestra lancha, al igual que en otras, todos los menores tenían puestos los chalecos, pero no todos los adultos. Uno de los padres comentó que no se lo ponía porque no lo hacía lucir esbelto y otro dijo que no lo usaba porque sabía nadar muy bien.
La realidad es que una gran proporción de hispanos -especialmente niños- no saben nadar y que la nueva generación de chalecos salvavidas son bastante cómodos, asequibles y, lo más importante, salvan vidas. Está comprobado.
He tenido oportunidad de participar durante varios años en una campaña nacional para promover el uso de los chalecos entre familias latinas. Ojalá pueda ver el día en que usar un chaleco en el agua sea tan normal, habitual y rutinario como traer puesto el cinturón de seguridad en el auto, a los infantes en su asiento o cepillarse los dientes. (Para la Red Hispana)