La crónica que no debí escribir nunca a un amigo

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Por Roberto PELÁEZ

El viernes 14 fue sin dudas un día triste. Se adelantaba el amigo y ex compañero de trabajo Humberto Peña Martínez... las redes y las llamadas telefónicas daban cuenta de la noticia, no por esperada menos estremecedora y nefasta.

De baja estatura y un corazón enorme, dueño de una plática salpicada de anécdotas, Peña era el hombre de las conversaciones que no terminaban nunca.

Enamorado de su familia, de la comunidad, de la educación y de la historia de México, del periodismo. No sé cuánto aprendió mi amigo Peña de la isla de Cuba, de su música, porque lo preguntaba todo. 

Donde esté, debo decirle al quisquilloso y perfeccionista fotoreportero que no voy a olvidar a Monterrey -sin haber puesto nunca un pie allí-, y conocí a su abuela, a su mamá, supe de su primer trabajo casi niño, y del premio que le entregaron, ya hombre, del que vivía orgulloso... justo reconocimiento a su labor.

Me enteré de su amor por Hilda, lo que significaba para él, de los avances de Humberto Jr., de la graduación de Tadea, de las inquietudes y el talento de su nietecita... más de una vez lo vi enjugarse las lágrimas -porque lo que le faltaba de estatura le sobraba de sensibilidad-. 

Este reportero empírico dominaba el arte de conversar y a uno le parecía que veía una foto, o una película, así lo vi batear en no sé que partido de beisbol en su Monterrey de siempre, y montar en bicicleta, y correr a llevar su primera nota sobre un accidente de tránsito en la esquina del periódico que a él, a la altura de su edad, casi adolescente, se le antoja gigantesco. Cómo olvidarte.

Te conocí mucho y en poco tiempo. Supe que cuando enviabas un artículo para publicar en El Mundo ibas a llamar dos, tres, cinco, 18 veces. Va a salir, cuándo sale, en qué página, le quitaron algo al texto, va con fotos... 

No conforme, venías a la oficina, y después regresabas, porque se te quedaba la agenda, claro, aprovechabas para volver a conversar con tu amigo cubano, con Flor, con este y el de más allá, y a dar vueltas como quien no se quiere ir.

Tengo mucho que agradecerte, y también el periódico, porque en cada nota iba parte de ti. 

Te reprocho Humberto, no te lo perdono, entre todo lo que me dijiste, nunca me enseñaste como se puede ir por la vida extrañando a un amigo, esperando su llamada, un consejo, verlo en el estacionamiento. 

 

Te veo venir. Sé que vendrás porque aun tienes mucho por hacer. Es un día triste. Yo espero.

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