Por Jorge RAMOS
Vienen dos años muy difíciles. Estados Unidos está totalmente dividido entre rojos y azules.
En las pasadas elecciones para el congreso, los Republicanos mantuvieron el control del Senado. Pero los Demócratas recuperaron la Cámara de Representantes. Y no hay posibilidades de encontrar un camino en común. El color morado no existe. Donald Trump rompió el jarrón de la civilidad política y no hay manera de pegar sus partes.
Lo que antes nos parecía extremista, de pronto, se ha convertido en común y corriente en Estados Unidos. Durante su última conferencia de prensa, Trump atacó duramente y se burló de cuatro periodistas. Además, le quitó su credencial de acceso a la Casa Blanca al corresponsal de CNN, Jim Acosta. Eso se llama censura, intimidación y represión; igual en una democracia que en una dictadura.
Trump miente frecuentemente, según las listas que tienen The New York Times y el Washington Post. Por eso hay una férrea cobertura de prensa: porque no dice la verdad, no porque los periodistas seamos el “enemigo del pueblo”, como asegura Trump.
El racismo se ha normalizado. Trump -quien le llamó criminales y “violadores” a los inmigrantes mexicanos- ahora se autodefine como un “nacionalista”, sin importarle las terribles connotaciones histórica de esa palabra. Y este presidente “nacionalista” se acaba de inventar una “invasión” en la frontera con México -a pesar de que miles de refugiados centroamericanos y sus niños se encuentran a cientos de millas de distancia en una caravana.
Bienvenidos al universo bizarro de Trump.
El partido Republicano, que tanta resistencia tuvo al candidato Trump, se ha doblado por completo. Ahora hacen lo que él quiere. Podría llamarse el Partido Trump. El senador Ted Cruz, para poner un ejemplo, aceptó que Trump hiciera campaña por él en Texas a pesar de que insultó personalmente a su esposa y a su padre. Y el presidente, en su más reciente conferencia, pareció disfrutar de la derrota de los Republicanos que no aceptaron su “abrazo” en la campaña.
Trump dice que está dispuesto a negociar con los Demócratas, siempre y cuando la Cámara de Representantes no inicie una investigación en su contra. Pero eso viene. Los Demócratas, deseosos de una victoria -y un poquito de venganza- seguramente investigarán al presidente desde sus declaraciones de impuestos hasta sus negocios de hoteles. Y no lo van a soltar ni un centímetro en el caso de la interferencia rusa en las pasadas votaciones presidenciales.
¿El pronóstico? Dos años de peleas.
Viene una parálisis en el congreso en Washington. No me imagino ningún acuerdo migratorio. Tampoco habrá cooperación bipartidista para hacer más accesibles los seguros de salud. Este es, de hecho, el inicio de la batalla por la Casa Blanca. Lo único que importará desde ahora hasta las votaciones del 3 de noviembre del 2020 es si Trump se queda o se va. Será un combate histórico.
Pero mientras esto ocurre, el país está cambiando desde abajo. La intolerancia en la presidencia no lo ha infectado todo.
Más de 100 mujeres fueron elegidas para el congreso en las elecciones de término medio, incluyendo a Alexandria Ocasio-Cortez, de origen puertorriqueño, quien se convertirá a los 29 años de edad en la congresista más joven en la historia de Estados Unidos. Y entre las ideas de Alexandria está buscar la destitución del presidente Trump. (Aquí está mi entrevista con ella https://bit.ly/2OxnzgS)
El bien llamado “año de la mujer” envió al congreso en Washington a las primeras dos mujeres musulmanas, a las primeras dos hispanas de Texas, a las primeras dos nativo-americanas y a la primera representante nacida en Corea del Sur. También en Colorado fue elegido el primer gobernador abiertamente homosexual.
Hay más. El número de congresistas hispanos aumentó a 37. Deberíamos tener el doble, debido a que los latinos somos casi el 20 por ciento de la población, pero poco a poco estamos accediendo a puestos de poder.
Algo raro está ocurriendo en Estados Unidos. Mientras más se diversifica el país, más intolerable y extremista se vuelve Donald Trump. Serán dos años de lucha. (O quizás seis.) Pero al final, irremediablemente, Trump va a perder.
Estados Unidos es mucho mejor que su presidente.