Primero las malas noticias. Estados Unidos es solo de nombre. A veces parece que se trata de dos naciones totalmente distintas y en conflicto permanente.
Acabo de estar en Los Angeles -un bastión liberal, pro-inmigrante, anti-Trump- donde la resistencia al gobierno en Washington es una forma de vida y motivo de orgullo. Aquí hasta la policía ha entendido perfectamente que no gana nada con hacerse pasar por agente de inmigración. Pero apenas salgo de la isla que es California, las cosas cambian dramáticamente.
Las encuestas dibujan un país casi roto. La mayoría de los Republicanos que votaron por Trump lo volverían a hacer en el 2020. Hace poco, en Mississippi, Trump se burló abiertamente de la doctora Christine Blasey Ford, quien había asegurado que el juez Brett Kavanaugh la intentó violar hace décadas. No hay nada de que reírse. Pero la audiencia lo hizo.
Mientras, los Demócratas no acaban de entender que no basta ser anti-Trump para ganar la próxima elección presidencial. Tienen que luchar por algo (y ese algo no está muy claro en el electorado). Estados Unidos está pintado de rojo o azul. El morado parece ser un color imposible.
Nunca, en mis 35 años en Estados Unidos, había visto un clima tan antiinmigrante como ahora. Desde la arbitraria reducción de refugiados y visas hasta la separación de niños de sus padres. Hoy, todavía, hay decenas de niños que no se han entregado a sus padres (que ya fueron deportados).
En este diálogo de sordos unos piden muro, más agentes y mano dura, mientras otros quieren la legalización de indocumentados y un trato humano a los refugiados. El resultado es una agobiante parálisis y un caos en la frontera. La actual política migratoria es un fracaso y, sin embargo, nada cambia.
Ahora, las buenas noticias.
Nuestras hijas y nuestros jóvenes son, afortunadamente, mucho mejor que nosotros. Los Dreamers, los sobrevivientes de la masacre en Parkland, Florida, y las mujeres que han impulsado el movimiento #MeToo están hartos de los partidos políticos tradicionales y ya no esperan su turno. Sin pedir permiso, han tomado el liderazgo en todos los temas que los adultos no hemos pudimos resolver.
El congreso de Estados Unidos lleva más de tres décadas sin modernizar las leyes migratorias. Por eso los Dreamers -que fueron traídos ilegalmente al país cuando eran muy pequeños- les han robado la iniciativa. No deja de sorprenderme que cualquiera de los líderes de las organizaciones de los Dreamers tiene una idea mucho más clara de cómo solucionar el problema migratorio que varios congresistas y senadores.
Lo mismo ocurre con los estudiantes que sobrevivieron a la masacre en la escuela de Parkland, Florida, donde fueron asesinadas 17 personas. Las matanzas son cosa de casi todos los días. Nos hemos, tristemente, acostumbrado a ellas. Pero los estudiantes de Parkland dijeron basta y, estoy seguro, no van a descansar hasta lograr algún tipo de control de armas. No hay nada más difícil de detener que cuando a un adolescente se le mete una idea en la cabeza.
Hay más. Gracias a la valentía de miles de mujeres, el acoso sexual y la discriminación de género se han convertido en el asunto político y personal más importante del momento. La indignación y determinación del movimiento #MeToo ha hecho temblar todas las estructuras de autoridad patriarcal.
Estos nuevos líderes tienen una voz mucho más poderosa que la nuestra. A través de las redes sociales pueden transmitir con fuerza sus mensajes. Es la primera generación que maneja la tecnología mejor que la que le precedió. No le tienen que subir el volumen a la televisión (porque ni siquiera tienen TV).
Si el futuro de Estados Unidos va a estar en manos de las líderes del movimiento #MeToo, de los sobrevivientes de Parkland, de los Dreamers -y de activistas LatinX, LGBTQI y del medio ambiente- podemos estar tranquilos. Su certeza moral es un gran ejemplo frente a las marañas éticas de Trump y algunos de sus seguidores digitales.
Nuestro único consuelo es que, como madres y padres, algo habremos hecho bien para que nuestras hijas e hijos salieran tan rebeldes, emprendedores y propositivos. Ellos nos van a salvar.
Por esto, a pesar de todo, estoy tan optimista.