A un año de la movilización de nacionalistas blancos de Charlottesvile, podría pensarse que el supremacismo anda de capa caída en los Estados Unidos.
A la marcha realizada el pasado fin de semana en Washington para conmemorar su primer aniversario, sus organizadores sólo lograron convocar a unos 40 creyentes en la superioridad de la raza blanca, mientras que los opositores a esa visión racista sumaron miles. Los gritos de “No Trump, No KKK” ahogaron las voces que buscan profundizar y exacerbar las heridas raciales de la nación, que siguen siendo llagas abiertas en muchas partes del país.
Es enteramente posible comulgar con el nacionalismo y el aislacionismo económico –cierre de fronteras y abrogación del libre comercio- sin ser supremacista. También es cierto que Donald Trump no inventó ni el racismo ni la xenofobia. Pero su decisión de no condenar de inmediato los sucesos de Charlottesville y sus frecuentes expresiones prejuiciosas y difamatorias contra los inmigrantes mexicanos, llevan para muchos una carga racista y xenofóbica deliberada.
Por eso hay razón para poner bajo el microscopio la sinceridad del mensaje presidencial, en su cuenta de Twitter, donde Trump condena “todos los tipos” de racismo y actos de violencia. En lugar de condenar el “racismo” a secas, el presidente incluye la noción de “todos los tipos de racismo”, presumiblemente para incluir actos racistas contra blancos.
La redacción de la condena presidencial confirma que Trump ha decidido alimentar las fobias de los estadounidenses blancos trabajadores –que se sienten amenazados culturalmente por los migrantes color café con leche y desplazados económicamente por los extranjeros- con un discurso divisivo, anti-inmigrante, xenofóbico y aislacionista para montar su campaña de reelección, sin importar si se lleva a los republicanos entre las piernas.
Sólo basta leer las encuestas que muestran que los estadounidenses blancos que votaron por Trump son el segmento que se siente más discriminado en los EU, por encima de los judíos o de los hispanos. Para esos votantes, las palabras como “muro”, “tolerancia cero” o “prohibición de viajes” son música para sus oídos. Que Trump machaque estas ideas no es ni casual ni gratuito, es una estrategia política intencional, aún si con ello divide más al país.
El resultado está a la vista. El año pasado los crímenes de odio crecieron en 12% en las 10 ciudades más grandes del país, lo que representa su nivel más alto en más de una década y su cuarto año de aumentos consecutivos. Trump, en efecto, no creó los crímenes de odio, pero han florecido bajo su presidencia.
Así que no, el racismo y la xenofobia no andan en capa caída. Están vivitos y coleando, animados y envalentonados por la retórica presidencial. Y la manera de confrontarlos y denunciarlos, es mantenernos educados, informados y movilizados. Y quienes debemos estar al frente somos los propios afectados, los migrantes, las minorías y los marginados. No podemos dejar que otros hagan el trabajo por nosotros.
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