Mayami, Florida. Hay días completos en que no tengo que hablar una sola palabra de inglés. Claro, la broma es que Miami es el país latinoamericano más cercano a Estados Unidos.
La realidad es que cada vez hay más personas que hablan español en Estados Unidos. Pero también es cierto que son más visibles los ataques contra aquellos que prefieren comunicarse en un idioma distinto al inglés.
En el 2006 había 31 millones de personas que hablaban español en Estados Unidos y eso aumentó a 37 millones en el 2015, según el centro Pew. Siete de cada 10 Latinos (73%) hablamos español en casa. Esas cifras seguirán aumentando debido el enorme crecimiento demográfico de la comunidad latina. Y si sumamos a todos los que se comunican parcialmente en español, podemos concluir que solo en México hay más hispanoparlantes que en Estados Unidos.
Esto lo que quiere decir es que en todos los rincones de Estados Unidos se habla español. Hasta en Montana. Pero eso aparentemente no lo sabía el agente O’Neal que detuvo hace poco a dos ciudadanas estadounidenses -Ana Suda y Mimi Hernández- en una tienda de la población de Havre por hablar español. Ellas, con razón, se quejaron de discriminación. Pero el agente lo negó y les dijo que fueron detenidas “porque ustedes estaban hablando español en un estado donde se habla inglés predominantemente.”
En Nueva York un abogado fue grabado recientemente mientras criticaba a los empleados de un restaurante por hablar español. Luego los amenazó con llamar a ICE -el servicio de inmigración- bajo la sospecha de que ahí trabajaban indocumentados. Días después el abogado se disculpó. Pero su ataque a hispanoparlantes se hizo viral en las redes sociales.
Mientras filmaba el documental Hate Rising entrevisté en Minneapolis a Asma Jama, una ciudadana estadounidense de origen somalí, a quien una mujer le estrelló un vaso de cerveza en la cara por el simple hecho de estar hablando swahili en un restaurante. Su cara quedó totalmente ensangrentada por los pedazos de vidrio.
Esta intolerancia hacia los que hablan un idioma distinto al inglés tiene claras explicaciones: racismo, miedo a los que son distintos y ansiedad por los rápidos cambios demográficos que se están viviendo en Estados Unidos. El presidente Donald Trump ha contribuido enormemente a este sentimiento anti-inmigrante. Sus frecuentes ataques a los extranjeros son repetidos (y superados) por sus seguidores en las redes sociales. En el 2016 hubo un aumento en los crímenes de odio en el país, según el Southern Poverty Law Center.
Estados Unidos es el único país que conozco donde hay gente que cree que hablar un idioma es mejor que dos. “Speak American” me reclaman a veces en las redes sociales cuando escribo en español. Es muy significativo que algunos identifiquen el hablar inglés con el hecho de ser estadounidense. Pero, contrario a lo que muchos creen, el inglés no es el idioma oficial de Estados Unidos. No hay idioma oficial y aquí todos bailamos “Despacito”.
Por supuesto, el inglés es el lenguaje del poder y el que nos une a todos en Estados Unidos. Pero eso no evita que norteamericanos y extranjeros, por igual, prefieran comunicarse en decenas de idiomas distintos.
Estados Unidos está en camino de convertirse en un país de minorías. En el 2044 todos -Latinos, blancos, afroamericanos, asiáticos y nativos- seremos minorías. Además, el número de extranjeros seguirá aumentando y eso significa que millones de personas hablarán un idioma distinto al inglés. Esto no debería sorprendernos en una sociedad multiétnica como la estadounidense. Pero hablar español, en la era de Trump, puede convertirse en un peligro.
Estados Unidos, lo quiera o no, es una representación global del planeta. Y la única manera de sobrevivir en una sociedad tan diversa es con tolerancia, con políticas incluyentes y respetando nuestras diferencias culturales. Esta es una nación de muchos acentos y colores.
Y eso está muy claro en Miami donde la mayor parte de mi vida sigue siendo en español. Hoy leí los periódicos, fui al trabajo y al supermercado, hice varias llamadas, envié un montón de textos y correos electrónicos, comí y cené acompañado, y escribí esta columna… todo sin una sola palabra en inglés.