Ciudad de México. Mi ciudad se quebró pero mi gente no. Regreso a algunas de las calles donde crecí y no las reconozco.
Hay decenas de edificios caídos por el terremoto de 7.1 grados pero los pedazos de cemento están cubiertos por una manta de cascos azules, rojos y blancos. Los trabajadores paran, levantan el puño y piden silencio. Es la señal de que, quizás, han encontrado a alguien con vida entre los escombros. Luego, bajan los brazos y esa manta multicolor se vuelve a mover buscando otra oportunidad.
No muy lejos, detrás de una cinta de la policía, están esperando cientos de familiares. Dan las dos de la mañana y no se han ido. Ni se irán, hasta saber si su mamá, si su hermano, si su hijo, está entre los muertos.
Conchita está angustiada y enojada. Su hija Karen, una contadora, trabajaba en el cuarto piso de un edificio que se derrumbó en la colonia Roma y no saben nada de ella. Conchita sigue hablando de su hija en presente, como si hacerlo en pasado fuera un mal augurio. Me lleva hasta el límite marcado por la policía con una cinta amarilla y desafiante, casi gritando, se queja de que los rescatistas dejaron de remover piedras hace un par de horas y que la vida de su hija depende de que no paren. Al final la abrazo y ella acepta el abrazo entre lágrimas.
Brian no tiene casa. Se le cayó con el temblor. El y su familia ahora viven en un coche. Pero se ha pasado el día ayudando en varios rescates. Lleva más de 24 horas sin dormir y aún está lleno de energía. “No puedo dormir mientras haya gente a quien ayudar”, me dijo.
Su conducta refleja lo mejor de México. Además de una maravillosa solidaridad, los mexicanos han demostrado una extraordinaria capacidad de respuesta tras el sismo. Y estoy seguro que esto se va a extender a muchas otras cosas. Los mexicanos escogemos presidente el próximo primero de julio del 2018 y este terremoto va a estar muy fresco en la memoria de los votantes.
La mentira sobre Frida Sofía -esa supuesta niña de 12 años que estaba a punto de ser rescatada en una escuela que se cayó- le quitó la poca credibilidad que le quedaba al gobierno en un momento crucial. Altos funcionarios de la Marina y hasta el propio Secretario de Educación alimentaron durante las horas más críticas una falsa narrativa que convenía a un gobierno que se quería ver eficiente y compasivo ante la tragedia nacional.
Hay muchas pero la primera conclusión es que periodistas y ciudadanos no podemos confiar en la información que venga del gobierno de Peña Nieto. La actitud más saludable de cualquier reportero es desconfiar, siempre, de lo que dicen los gobiernos. Así como es imposible creer la versión oficial sobre la compra de la Casa Blanca y la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, también es muy difícil creer el cuento de un gobierno honesto y capaz tras el terremoto.
El temblor me sorprendió a miles de kilómetros, en Mexicali. Prendí la tele y fue un deja vu. Otra vez, al igual que en el terremoto del 19 de septiembre de 1985, vi como los vecinos fueron los primeros en ayudar a otros vecinos. El ejército, la Cruz Roja y los topos -esos increíbles seres que se meten y salen de los hoyos buscando vida- aparecerían más tarde. Pero los primeros rescatistas fueron ciudadanos.
Ultimamente me he encontrado con grandes ejemplos del ingenio mexicano. En Mexicali conocí a muchos estudiantes de la universidad CETYS, cuyo objetivo a mediano plazo es estar entre los 10 mejores centros de estudio del mundo (y estoy seguro que lo van a lograr). Ante cada insulto de Donald Trump contra los inmigrantes mexicanos suelo pensar en el neurocirujano bajacaliforniano, Alfredo Quiñones, quien ha salvado miles de vidas en la clínica Mayo y en los mejores hospitales de Estados Unidos. Y son manos mexicanas las de miles de jardineros y trabajadores que están limpiando y levantando a Texas y la Florida tras el paso de los huracanes Harvey e Irma.
El terremoto, es cierto, nos tiene a todos con el corazón apachurrado. Recuperarse de este brutal golpe va a tomar años. Pero en casi todas mis pláticas he encontrado un sorprendente y renovado optimismo entre los mexicanos. En las calles donde crecí de joven hay una energía, casi euforia, que nunca antes vi.
Ante la adversidad ha habido mil respuestas alentadoras del ingenio mexicano. Incluso en los momentos más difíciles -como ocurre después de un sismo- juntos sabemos salir adelante. Así como la movilización ciudadana tras el sismo de 1985 fue el preludio de las primeras elecciones democráticas en México en el año 2000, el terremoto de este 2017 ha dejado ya una clara lección: no nos vamos a dejar.