Opinión: El odio se desparrama

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Por Jorge RAMOS

Hay momentos en que no te puedes quedar callado porque luego te vas a arrepentir el resto de tu vida. Este es uno de ellos.

Cuando el presidente de Estados Unidos se tarda dos días en condenar por nombre a supremacistas blancos y neonazis de la reciente violencia racista en Virginia es cuando hay denunciar su falta de liderazgo y claridad moral. Tras una serie de ambiguos mensajes quedó claro que Donald Trump cree que “ambos lados” -racistas y sus opositores- fueron responsables de lo ocurrido en Charlottesville. Pero se equivoca. 

Chelsea Alvarado, de 22 años, estaba en la protesta tocando un tambor y me aseguró en una entrevista que Trump no sabe lo que dice. “¿Cómo voy a ser responsable si yo solo estaba tocando un tambor y del otro lado había personas con armas de guerra?” me dijo. El auto que atropelló y mató a Heather Heyer también le pegó al tambor de Chelsea y eso, de alguna manera, la salvó. Pero Chelsea cayó al piso y resultó herida. “No, Trump no habla por mí”, me dijo, desafiante. 

Trump tampoco habla por millones de estadounidenses que no pueden comprender la manera cómo su presidente habla de los grupos más despreciables y retrógrados del país. En una conferencia de prensa Trump definió como “gente fina” (some fine people) a personas que marchaban con los racistas. También describió en un tuit como “bellas estatuas” (beautiful statues) a los monumentos que recuerdan a los líderes esclavistas de la Confederación durante la guerra civil. Finura y belleza no son conceptos que yo vincularía con racistas y con defensores de la esclavitud.

En el 2017 debería ser muy fácil para cualquier líder del mundo criticar a los que se creen superiores solo por el color de su piel. Esa ideología es culpable de las peores masacres de la humanidad. Pero Trump duda, da vueltas, retrocede, corrige y se vuelve a equivocar.

Ya nada me sorprende de Trump. Tras sus comentarios racistas contra los inmigrantes mexicanos en junio del 2015, los latinos fuimos los primeros en darnos cuenta. Lo que me sorprende es que el resto del país se haya tardado tanto en reaccionar.

El odio se contagia de arriba para abajo. Y Trump tiene mucha de la culpa; desde sus planes para evitar la entrada de musulmanes hasta sus políticas contra los inmigrantes.

El odio se desparrama. Nadie se escapa. Los efectos del trumpismo han llegado hasta mi casa. Desde hace más de 20 años vivo y trabajo en el condado de Miami-Dade. Es un condado con 2.7 millones de habitantes y donde el 60 por ciento de la población es inmigrante. Aquí viven miles de indocumentados que, en la práctica, ayudan a que Miami prospere y funcione.

Pero su alcalde, Carlos Giménez, un inmigrante nacido en La Habana, ha decidido darle la espalda a muchos inmigrantes que llegaron después que él. Giménez se rehusó a declarar al condado Miami-Dade como santuario para indocumentados. Eso significa que coopera con la administración de Donald Trump en ciertas cuestiones migratorias. Como compensación por su cooperación, el condado recibirá unos 450 mil dólares del gobierno federal. 

El acuerdo final es este: dinero a cambio de indocumentados. Los alcaldes de Filadelfia, Nueva York, Chicago y Los Angeles, por dar un ejemplo, se han negado a cooperar con las políticas antiinmigrantes de Trump y han declarado santuario a sus ciudades. Pero Miami-Dade y su alcalde prefirieron quedarse del lado de Trump y agarrarle la manita. No hay nada más triste que cuando un inmigrante le cierra la puerta a los inmigrantes que vienen detrás.

Las políticas antiinmigrantes de Trump y sus vergonzosas declaraciones sobre la violencia racista no permiten la neutralidad. Es patético ver a los seguidores y asesores de Trump tratando de defenderlo. ¿Cómo defiendes a alguien que ha hecho comentarios racistas, sexistas y xenofóbicos? ¿Qué dice de ti el asociarte con alguien así? Estoy convencido que en el futuro todos -periodistas y no- seremos juzgados por la manera que respondimos ante los excesos de Trump.

Frente al odio, no te puedes quedar callado. El silencio es complicidad.

 

Posdata. Barcelona: Nos pudo haber ocurrido a cualquiera. Ahí, a las Ramblas, he llevado varias veces a mi familia. Pero Barcelona no se va a dejar. Estoy contigo. Regreso pronto.

 

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