Por María MARÍN
El cáncer de mama me obligó a someterme a una doble mastectomía hace siete años.
El día de la cirugía, lo recuerdo como si fuera ayer, y lo que más me aterrorizaba no era perder mis senos, era el tormento que experimentaría después de la operación porque soy alérgica a los opioides o cualquier otro medicamento recetado para el dolor.
Así que enfrentaría esta operación “a sangre fría”. Y para colmo, no tolero ningún tipo de anestesia, reacciono con nauseas horribles y un mareo espantoso que dura más de 24 horas.
Por eso, antes de la cirugía hablé con el anestesiólogo y le pregunté: “¿Podría usar un tipo de anestesia más “suavecita” para evitar mi terrible reacción?” a lo que respondió: “Una operación de esta magnitud es muy dolorosa y requiere una poderosa anestesia, incluso el tipo de anestesia que voy a usar te paraliza el sistema de tal manera que estarás conectada a una máquina que va a respirar por ti”.
Se me saltaron las lágrimas pues sabía lo que me esperaba cuando abriera los ojos. Y lo peor es que no podría tomar ningún medicamento para el terrible dolor.
Antes de que me anestesiaran, mire hacia el cielo y le pedí a mi mamá, que en paz descanse: “Mami acompáñame en esta operación y ayúdame a pasar este trago amargo”. Cerré los ojos y me encomendé a Diós.
Después de seis horas de cirugía comencé a abrir los ojos. El dolor era atroz, como si tuviera un elefante sentado en mi pecho. Tenía un mareo espantoso y las nauseas se apoderaron de mi. Cada mínimo movimiento me provocaba un dolor desesperante, ¡Estaba viviendo una tortura!
Vi al pie de la cama a mi adorada amiguita Yazmín quien es como una hija para mi. Tenía los ojos llorosos. Se me acercó, me tomó de la mano y algo inesperado sucedió.
Inexplicablemente comenzamos a comunicarnos por medio de nuestras miradas. Sentí que compartía y entendía mi dolor. En medio de mi agonía, su presencia era como un bálsamo que me daba paz. Realmente no sé que hubiera sido de mi, si ella no hubiese estado allí.
Al día siguiente vino a visitarme. Le di las gracias por haberme ayudado a sobrepasar el día más tormentoso de mi vida.
Y me confesó lo que le sucedió la noche anterior: “María, soñé con tu mami, la que está en el cielo. Ella me cocinaba y me decía: Yazmín, aliméntate bien, necesitas estar fuerte para mañana. Va a ser un día muy duro porque vas a cuidar a mi María”. Quedé erizada con sus palabras. Yazmín nunca la conoció, pues mi madre murió de cáncer de mama cuando yo tenía 9 años.
Hoy no me cabe duda de que mi madre fue quien estuvo acompañándome en el momento más agonizante de mi vida.
Ahora entiendo mejor que nunca, ese refrán que dice: “Dios trabaja de maneras misteriosas”.
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