La vocación de servicio tiene un nombre: Rosita Castillo

Por Roberto PELÁEZ

Sí, nací en Texas, soy una de 12 hermanos... mis padres son oriundos de San Luis, Potosí, en México. Creo que la vocación de servir nace conmigo, la heredo de mamá (María Paz), apunta Rosita Castillo, quien agrega: me encanta luchar por los demás.

Vengo de una familia migrante, enfrentamos dificultades, a los 10 años conozco el trabajo fuerte del campo, pasar horas bajo el sol, entonces pensar en estudiar es un lujo que asumo como un reto, cuenta.

En un tiempo, hace mucho, soy la intermediaria, ayudo a papá en sus pláticas con los dueños de la tierra, recuerda la entrevistada.

Qué dijiste, por qué el señor está incómodo, por qué tiene esa cara... me preguntaba papá. Por nada, es que le dije que no estás de acuerdo con el cheque es muy poco dinero por tu trabajo... Así sucedió muchas veces, asegura Castillo. Desde mi adolescencia y juventud abogo por mejores salarios para los desposeídos.

Vivimos en campos de Washington, California, indica, estamos en muchos lugares, por eso le digo que soy parte de una familia migrante, y en medio de tantas carencias, necesidades, a pura fuerza de voluntad, de sacrificio, consigo estudiar, obtengo primero un certificado para trabajar como consejera de personas afectadas por la dependencia de las drogas y el alcohol.

Mire, hace siete años resido en Las Vegas, pero voy con frecuencia a Washington, y siento algo muy grande dentro cuando allá se me acercan personas para decirme: no se acuerda de mi, gracias a su trabajo me salvé, y también mi familia, ya compré mi casa y hace muchos años estoy limpio de alcohol y drogas... ayudar a la gente a superar sus problemas es algo hermoso, sostiene. Las historia de agradecimiento enternecen, le llegan a una, me aprietan el pecho, precisa.

Después me gradúo de bachiller en trabajos sociales, asisto a la Universidad de Washington, obtengo un título de profesora de químico-dependencia. A propósito, añade, el 15 de febrero debo ofrecer una conferencia en Washington, luego me van a entregar un reconocimiento que tiene en cuenta mis años de servicios -15-, mi ayuda a salvar a personas de ese vacío que resulta el consumo y dependencia de las drogas y el alcoholismo.

Reina María, de 34 años, y Cristal (28), son las hijas de Castillo, ambas, acota, son graduadas universitarias, estoy muy orgullosas de su entrega a los estudios; la primera vive aquí, trabaja en el Centro de Gays y Lesbianas del Sur de Nevada (GLCSN), donde brinda su ayuda a centenares de personas; al segunda está en Washington, donde por cierto vive mi madre, quien fue una incansable luchadora por los derechos de la mujer.

En ocasiones, comenta, debo alentar a mi hija Reina, asume una labor muy noble, atiende a personas afectadas por el VIH, y en más de una oportunidad la siento triste, la veo contrariada, y es que el fallecimiento de un paciente es un golpe tremendo, pero debemos seguir con nuestra labor; ella sigue mis pasos y es muy activa, nunca le falta una palabra de aliento, la información correcta, oportuna.

 

Al referirse al embarazo de las adolescentes, Castillo afirma categórica, considero en gran medida que pasa porque necesitamos trabajar más en educación, hablar con los hijos de manera clara, dejar a un lado los llamados asuntos tabúes; hoy es triste la situación de VIH en el valle, entre hispanos de ambos sexos comprendidos entre 13 y 25 años... el 75 por ciento de las personas enfermas fueron infectadas por sus parejas, hay que educarse, conocer, informarse, y claro, cuidarse, tener relaciones seguras, concluye.

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