Las mujeres son las protagonistas de ‘Soñar como sueñan los árboles’, la nueva novela de ficción de la escritora mexicana Brenda Lozano, que abraza la nota roja con la narración del secuestro de una niña de dos años.
Precisamente con el arresto de Gloria Miranda Felipe a mediados del siglo pasado arranca la novela, que entrelaza la historia de la pequeña y de su familia con la de Nuria y Martín, padres adoptivos de Agustina y que viven con inquietud, particularmente la madre, las noticias sobre la desaparición.
“Me interesaba enfocarme en estas mujeres (...) porque había muchas cuestiones de género que quería explorar desde la ficción”, explica Lozano en una entrevista con EFE.
Elementos que, en el pasado, condicionaron la vida de las mujeres, como la imagen social que tenían si eran divorciadas o la imposibilidad de votar en las elecciones.
Esta visión femenina se personifica en las mujeres que aparecen en el libro, como Ana María, la abuela de Gloria, una emprendedora de éxito tras un divorcio difícil, y en la misma narradora, una voz que Lozano imagina como “una mujer que menstrúa”.
Todo, mezclado con “los espíritus del suspenso y de la nota roja”, género periodístico que investiga los crímenes, que marcan el ritmo de ‘Soñar como sueñan los árboles’.
El rol de los hombres
La masculinidad está presente en la novela, sobre todo, a través de la piel de Martín y Gustavo padre, quienes abordan temáticas que fluctúan entre las dificultades para expresar los sentimientos y las distintas paternidades.
“El padre de Agustina, Martín, tiene una relación bastante tóxica con su madre y esa, como suegra, tiene la competencia perenne con la nuera”, expone.
Añade que se sintió muy interesada por “este padre mucho más bondadoso”, Gustavo, quien vive su paternidad de manera abierta: “En mi familia hay muchos hombres que son así y me parece importante que estén en la historia”.
Aun así, enfatiza que, como el resto, los personajes masculinos son complejos y su desarrollo varía a lo largo de la novela.
Tres vínculos que unen a las dos protagonistas
Entre Gloria, la madre de la niña arrestada, y Nuria existen tres vínculos que las convierten en espejo una de la otra; el primero, en palabras de Lozano, es “el mandato de ser buena madre”.
Para Gloria, este se traduce en encontrar a su hija, que le roban “casi que en las narices” y que le genera una culpa enorme, y para Nuria, en la persecución del sueño de ser madre, que termina en la adopción de la pequeña Agustina.
Además, las vincula “un sistema en donde se es buena o mala mujer dependiendo de qué tanto cumples con las expectativas patriarcales”.
Lozano esboza un tercer nudo, pero evita desvelarlo para no destripar la incógnita del libro: “La respuesta es el espóiler del final y de la historia”, ríe.
El agua, el pasado y lo mexicano
Otro elemento fundamental en el desarrollo de la novela es la presencia del agua, “muy relacionada con lo femenino”, pero también con realidades “cambiantes y flexibles”.
“Tenía muchas ganas de explorar todas las formas que tiene el agua, desde las expresiones de la tormenta, el ‘calmar las aguas’... Todas las imágenes que hay, desde las más cotidianas (...) hasta el océano de noche”, desgrana.
Además, la realidad mexicana está muy presente en la narración, desde el propio vocabulario -“me importaba mucho que el español fuera muy mexicano”- hasta los lugares donde se ambienta, la Ciudad de México de mediados del siglo XX.
“Creo que el pasado tiene muchas respuestas para el presente y que nos permite imaginar, también, el futuro”, sustenta.
Precisamente, su ficción más reciente llega en un momento donde las desapariciones y su abordaje político están en el orden del día en México, pero Lozano desvincula el suceso de la pequeña Gloria con esta problemática porque se ambienta en una época donde los motivos detrás de los secuestros eran distintos.
“No había cárteles de droga como los entendemos hoy en los años 40 o 50, en donde la palabra ‘desaparición’ cobra otro significado. Fue una decisión muy frontal no usar esta palabra”, remacha. México (EFE)