Educadora más que diplomática, escritora y genio poético, amante de la naturaleza, del indígena y el campesino, feminista con una profunda religiosidad, viajera, intelectual y pensadora, Gabriela Mistral dio renombre a las letras, la educación y la diplomacia de América Latina.
En su natal Chile siempre la tuvo difícil, con unos padres separados solo tres años después de su nacimiento, el 7 de abril de 1889 en el pueblo de Vicuña, bajo el nombre de Lucila de María del Perpetuo Socorro Godoy Alcayaga.
Su educación fue varias veces interrumpida y, por tanto, no reconocida pero ella se alimentó de cuanto libro encontró hasta convertirse en maestra rural, a los 15 años, pese a no tener un título académico.
Debió sortear tanto la envidia de otros profesores que no reconocían su vocación magisterial, como las suspicacias de un capellán que la acusó de ser “demasiado atea para enseñar a los niños”, aunque fuera la Biblia inspiración de muchos de sus poemas y motor de su vida.
Lucila comenzó su obra pedagógica en el eufemístico pueblo de Montegrande, de donde partió para desplegar su amor por el conocimiento por todo el territorio chileno hasta obtener, por experiencia, el título de profesora de Estado y convalidar su saber en la Escuela Normal de Santiago.
En 1918 recibió el título honorífico de profesora de Lengua Castellana de manos del propio ministro de Educación de Chile, a partir del cual pudo convertirse en directora de escuelas en Punta Arenas, Temuco y Santiago, entre otras localidades.
Ya para entonces había publicado algunos cuentos, artículos y poemas bajo distintos seudónimos, pero es un desengaño amoroso que termina en el suicidio de su primer amor, Romelio Ureta Carvajal, lo que dio pie cinco años después a escribir “Los sonetos de la muerte”.
Con esa obra gana su primer certamen de literatura, pero su importancia va más allá del concurso, pues con ella debuta el que sería "su otro nombre", con el que es reconocida universalmente: Gabriela Mistral, que adopta en honor al novelista y poeta italiano Gabriele D’Annunzio y al escritor francés Fréderic Mistral.
Aún no había editado tomo alguno, pero su fama e importancia ya recorrían América y Europa hasta que, con apoyo de un profesor español en una universidad estadunidense, publicó su primer libro de poemas: “Desolación”.
En ese mismo 1922 el entonces secretario de Educación Pública de México, el reformador y pensador José Vasconcelos, la invitó a su país. El recelo de las autoridades chilenas llegó al grado de afirmar que “hay educadores de mayor valía que Mistral”.
Pero Vasconcelos insistió y ella salió de su país de origen para regresar solamente en tres ocasiones más, una de ellas para ayudar a la campaña electoral de su amigo Pedro Aguirre Cerda rumbo a la presidencia de Chile, y en otra solo por unos cuantos días.
A los 36 años llegó a México y se convirtió en una activa colaboradora de la reforma educativa mexicana, con la creación de bibliotecas públicas y escuelas al aire libre, además de participar en misiones rurales en las que profesionales en diversos ramos capacitaban en modernas técnicas pedagógicas y agrarias a profesores de escuelas-granjas en zonas rurales y aisladas del territorio nacional.
Participó también en campañas de alfabetización, impartió talleres de lecturas comentadas, dio conferencias literarias y escribió el libro “Lecturas para mujeres”, enfocado a impulsar la enseñanza del castellano entre la población fememnina como parte de una educación pública, universal y democrática.
Dos años después dejó el país norteamericano para enfocarse a la labor diplomática, no sin antes escribir: “Tengo una escuela en México y otra en Chile. Vacilo entre las dos. Esta también es una escuela hispanoamericana, y mi patria es esta grande, que habla la lengua de Santa Teresa y de Góngora y Azorín”.
En cartas posteriores resaltó “las invenciones geniales del reformador José Vasconcelos, quien alfabetizó con la ayuda de los maestros misioneros, del cinema y de la radio, a millares de campesinos”.
A partir de 1925 representó al gobierno de Chile como cónsul en las ciudades de Nápoles, Lisboa, Madrid y Nueva York. Trabajó en el Instituto de Cooperación Intelectual de la Sociedad de las Naciones, en Ginebra; en el Consejo Administrativo del Instituto Cinematográfico Educativo de la Liga de las Naciones, en Roma, y participó en la Asamblea de las Naciones Unidas.
Dio clases en varias escuelas en Estados Unidos, colaboró con universidades de Cuba, Puerto Rico y Panamá, recibió un doctorado “honoris causa” en Guatemala y viajó por Centroamérica y el Caribe
Justo 20 años después, siendo cónsul en Brasil, se le reconoció como Premio Nobel de Literatura: el primero para un latinomericano y el único para una mujer de esa zona del orbe. Recibió el galardón el 10 de diciembre de 1945.
Sus intereses se reflejan en obras como “Lagar” y “Tala”, enfocados a la naturaleza y cuyos derechos de este último cedió para apoyar a los niños víctimas de la Guerra Civil Española; también “Recados, contando a Chile” y “Poema de Chile”, sobre su patria; en tanto que su religiosidad de aprecia en “Viernes Santo” y “El ángel guardián”.
Otros poemas son “Riqueza”, “El amor que calla”, “Apegado a mí”, “La mujer estéril”, al igual que otros enfocados a sus amados niños, entre ellos “Me tuviste” y “Corderito”. Su obra ha sido traducida a más de 20 idiomas.
El sufrimiento de Gabriela Mistral no terminó con la muerte de su primer amor, su alejamiento de Chile o el menosprecio de algunos compatriotas; aún debió padecer el suicidio de su hijo Juan Miguel Godoy, de 18 años, suceso del que jamás se repondría.
Tras una larga enfermedad, falleció el 10 de enero de 1957 en el Hospital General de Hempstead, en Nueva York; sus restos recibieron un gran homenaje del pueblo chileno, que guardó tres días de duelo oficial en su honor. México (NOTIMEX)