Un año después... Crece el optimismo y la esperanza

Por Roberto PELÁEZ

¿Quién podía presagiar que 12 meses después de aquel marzo del 2020 aun enfrentáramos el Coronavirus? Entonces en el estado nadie tenía idea  de lo que encarábamos ni el tiempo qué iba a durar, sus efectos terribles, los cambios que tendrían lugar.

Transcurrió un año. Lamentablemente pese al esfuerzo de tantas personas, pasan de cinco mil los fallecidos; las medidas adoptadas, las restricciones, sin dudas hacen lo suyo en lo concerniente a evitar la propagación, sin embargo ya suman casi 300 mil los casos registrados.

Aquella decisión de cerrar los negocios, los hoteles, golpeó la economía de manera contundente; el cierre de las escuelas y el inicio de las clases a distancia o remotas, fueron medidas adoptadas en medio de una situación en extremo difícil y ante una enfermedad o un virus del que se conocía muy poco.

El presidente de los Estados Unidos, por su lado, vaticinaba que en días, semanas, aquello iba a desaparecer, íbamos a volver a la normalidad. ¿Mascarillas? Bah, esas son exageraciones. 

Hace un año, cuando se supo del primer nevadense contagiado, que acudió en busca de asistencia hospitalaria por falta de aire, estábamos muy lejos de imaginar lo que vendría después. El virus comenzó a trastocarlo todo mientras el paciente se debatía entre la vida y la muerte.

Salir de casa sólo a lo imprescindible, el uso de mascarillas, desinfectar, lavarse las manos, respetar el distanciamiento social, se convirtieron en palabras de orden, junto al llamado a la disciplina y la toma de conciencia... todo ello para enfrentar algo que apenas se conocía.

Por casi seis semanas el primer paciente se resistió a ceder ante el virus, no se rindió, y lo que es mejor, ganó la colosal batalla. Miles de personas no corrieron al misma suerte. Mientras él, los médicos, enfermeros, lidiaban contra el Coronavirus, éste se hacía sentir. Cuando salió del hospital todo era muy distinto.

Las Vegas no era la ‘ciudad de las luces’, el Strip  aparecía desolado, las escuelas cerradas muy ajenas  al bullicio y la alegría escolar, las calles sombrías. Tal vez hoy alguien pueda decir que aquella no fue la mejor decisión, pero las autoridades hicieron lo que podían hacer en ese momento en que el desconocimiento imperaba.

Justo es decirlo, se ha trabajado fuerte, muy fuerte, en condiciones adversas, y hoy el panorama es distinto, las vacunas vinieron a hacer lo suyo, la cifra de casos disminuye, y en correspondencia las autoridades -en este caso el gobernador Steve Sisolak- flexibiliza las mencionadas restricciones, poco a poco se ve una luz al final del túnel.

La reapertura paulatina de los hoteles, de los negocios (respetando el por ciento establecido de capacidad), el regreso a las escuelas, incluso el hecho de ver un tránsito vehicular reanimado, dice a las claras que hay una mejoría.

Sin embargo es preciso reconocer que la pandemia está ahí, muy cerca, acecha, entonces, un año después, con más conocimiento, vacunas, disciplina, la situación es parecida y paradójicamente muy distinta, por eso no sorprende que disminuyan los casos de personas contagiadas, de fallecidos, y poco a poco las restricciones no sean tan drásticas.

Luego de 12 meses es preciso preguntarse ¿ganamos la batalla? La respuesta es un rotundo NO, aun queda mucho por hacer, y todo ello sin que se resienta la disciplina, la toma de conciencia sobre lo que enfrentamos y cómo es menester proceder. 

Comienza a florecer el optimismo, saber la magnitud del problema, disponer de las vacunas, es un paso de avance colosal, pero -lamentablemente hay un pero- no se puede bajar la guardia, permitir que se abra paso la confianza y el actuar de manera irresponsable, es sencillamente inadmisible.

Debemos cuidarnos nosotros mismos, convencidos de que al hacerlo cuidamos a la familia, a los compañeros de trabajo, a los vecinos, a la comunidad. Es lo mejor.

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