Del 15 de septiembre al 15 de octubre se celebra en los Estados Unidos el Mes de la Hispanidad.
Más que la cantidad creciente de personas provenientes de México, España y los países de habla castellana en Centroamérica, Sudamérica y el Caribe, pesa la contribución a este gran país en diferentes manifestaciones, incluida, por supuesto las relacionadas con el arte.
Aunque los hispanos celebran todo el año, el Mes de la Hispanidad prioriza la cultura y las tradiciones, junto al aspecto histórico. Ahí están las celebraciones por los aniversarios de independencia... el 15 de septiembre consiguieron librarse del yugo países como Panamá, Belice, El Salvador, Costa Rica, Guatemala, Nicaragua y Honduras.
México y Chile, por su parte, celebran el 16 y el 18, respectivamente.
La celebración de lo que es hoy el Mes de la Hispanidad comenzó con una semana el 17 de septiembre de 1968, durante la presidencia de Lyndon Johnson, para evocar los logros, aportes y contribuciones de los latinos o hispanos, precisamente cuando muchos de ellos celebran aniversario de independencia de los países en que nacieron. Dos décadas después, el 17 de agosto de 1988, el mandatario Ronald Reagan, apoyado en el Congreso autorizó la extensión de una semana a un mes, como se conoce hoy.
Claro, ya hay ciudades estadounidenses en que predominan los latinos, por ejemplo, en Miami (Florida), o en San Antonio (Texas), y según los expertos, las estadísticas señalan que muy pronto Los Ángeles (California) pasará a engrosar la lista.
Sin embargo muchos coinciden en que la también llamada herencia hispana va más allá del país de nacimiento de los abuelos, de los padres, del trabajo, el aporte indiscutible de millones de latinos a lo largo de los años en la construcción, las arduas labores del campo, en el arte, la política, la hotelería, incluso en la cosmonáutica, además de la participación sobresaliente en conflictos bélicos en que se involucró Estados Unidos durante su historia.
Un aspecto primordial es que pese a la distancia, la separación, el dejarlo todo atrás y comenzar de cero, se mantienen vivas las imágenes, el inconfundible olor de esta o aquella comida, la música, las costumbres aprendidas desde la más tierna niñez, o la piel que se enchina al escuchar: ‘cuándo me traes a mi negra que la quiero ver aquí/con su rebozo de seda que le traje de Tepíc...’. Y todo ello consciente de que hay por delante un largo camino.
Esa es la herencia, aquello que parece lejano y vive, respira, late, y se trasmite, es la cultura adquirida, sin ir más allá, es el ADN.
Basta ver a un cubano cuando escucha, aunque sea de lejos la Guantanamera o aquello de: “Y aunque tú/me has echado en el abandono/y aunque tú has muerto mis ilusiones...”. No se puede hablar de salsa sin el aporte de los hispanos, sea dominicano, boricua o cubano.
Y si hablamos de comida, salen a relucir tacos, tamales, tortillas, pupusas, que se extienden casi por todo el extenso territorio estadounidense... y es que hay cosas que son ‘contagiosas’ y lo que es “peor” crean hábitos.
No lo olvide, cuando se hable de hispanidad, se refiere al ADN de millones de personas que llegamos... ¡para quedarnos!