Por Roberto PELÁEZ
No tuvieron el menor reparo. Ante tantas muestras de entusiasmo y la alegría generalizada, volvieron a brindarse amor como hace tantos años. Ellos son de los que consideran que el amor no muere. Si lo hace no era amor.
“Los árboles del huerto están como pintados. En este silencio mío, medito. No puedo olvidar”. Escribió Manuela Sáenz a Simón Bolívar. La libertadora y el libertador externaron su amor.
“Sólo por la gracia de encontrarnos daría hasta mi último aliento”, prosiguió ella.
Y se encontraron. El Craig Ranch Regional Park fue testigo, con él muchas personas, de diferentes nacionalidades.
Espada en manos, como antes, para liberar aquí y allá. Bolívar, el bien llamado Libertador de América, atrajo la atención de todos. Cerca de él su amada, enfundada en un vestido amarillo, amparada bajo una sombrilla, lo miraba orgullosa y sonreía.
“Cuantas personas, mi amor, han venido a celebrar la independencia, nuestra separación, el sacrificio, las adversidades, los problemas de salud, valieron la pena”, comentó él en voz baja.
Caminan ante los ojos atónitos de ecuatorianos y mexicanos, de bolivianos y guatemaltecos, de chilenos, salvadoreños y cubanos.
Simón y Manuela lo soñaron, tuvieron la visión de que un día todos celebrarían juntos, de que se dedicaría un mes a las contribuiciones de los hispanos. Gio Sánchez, colombiano, y la mexicana Dulce Guzmán, vivieron el sueño, matizado por los alegría y los aplausos.
La máquina del tiempo y la imaginación lo pueden todo. ¿Cómo entender, si no fuera por ellos, que Bolívar y Sáenz acapararon todas las miradas en el Craig Ranch el domingo 15 de septiembre? Nadie puede resistirse a creerlo... todos los vimos. Y lo que es mejor, se multiplicaron.
La miro fijamente, luego a él. Su pregunta no admite demora: ¿Periodista? Asiento. Entonces suelta una frase colosal:
“Ella es también Libertadora, no por mi título, sino por su ya demostrada osadía y valor”. Vuelto a asentir, los demás también lo hacen.
Es la de ellos una historia de amor y mil batallas, de arriesgar la vida, lo más preciado, hoy y mañana... qué importan las vicisitudes, las fiebras altas, el hambre, las caminatas inmisericordes, el encarar al cañón enemigo que los supera en número de soldados y armamento.
¿Cómo recordar el Grito de Dolores? Se preguntaron en North Las Vegas. “Con un desfile”, apuntó Sonia Hernand. Isaac Barrón, parapetado tras un bolígrafo, significó: “eso, con un desfile, que vengan todos, sin importar la nacionalidad, esta es una fiesta grande”, argumentó el experimentado profesor.
Y delante de quienes van a caminar, no podía ser de otra forma, Simón Bolívar y Manuela Sáenz, ellos son el ejemplo a seguir, ayer y hoy... ¡mañana!
José Antonio de Sucre estuvo inmenso en Ayacucho, siguió las indicaciones de Bolívar, para propinar una costosa derrota al ejército español. Allí estuvo ella, arengando, peleando, no por gusto la llamaron Libertadora.
Hoy toca librar otra batalla, tan relevante como aquella, y estamos advertidos, no se puede claudicar ante los intentos de dividirnos más. Ahora toca pelear por la unidad. La misma que afloró ante la idea que acariciaron Sonia e Isacc y que tantos hicieron suya el domingo 15 de septiembre.
Ellos, Simón y Manuela, estaban allí, sentían sobre ellos las miradas de todos, de Mimi Quintero y Yudit, de Chávez, de la cónsul mexicana, de Carolina y sus hijos, de muchos pequeños, convencidos de que aún queda por hacer, la batalla por la unidad espera y no admite demora.
Bien lo dijo José Martí “la América es una, del Bravo a la Patagonia”. Cada evento del Mes de la Herencia Hispana debe ser el escenario propicio para que cobre fuerza la unidad, esa a la que llama la espada de Simón Bolívar y el inmenso amor de Manuela Sáenz. Lo demás puede esperar.