Es preciso desterrar la violencia contra la mujer

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Por Roberto PELÁEZ

Se torna oscuro escribir cada año contra la violencia de género, el abuso, la acción que victimiza a mujeres y niñas. Se trata de un flagelo, quizás tan viejo como el hombre (¿?) abusador y cobarde.

Más allá de las cifras, los traumas, la invitación a cerrar filas contra la violencia, este viernes 25  -y hasta el 10 de diciembre- representa el llamado, la necesidad de ser receptivos, ganar en conciencia, unirse, construir un mundo libre de discriminación y desigualdad.

La violencia contra las mujeres y las niñas es algo preocupante, bochornoso. Es triste, penoso, pero los informes sobre el tema advierten que una de cada tres mujeres se ve afectada por algún tipo de violencia de género y cada 11 minutos una mujer o niña muere asesinada por un familiar. De ninguna manera se puede ver el dato como algo frío, que por manido se puede poner a un lado. Debe dolernos la conciencia a todos. Es una vergüenza para el ser humano. Algo para preocuparse y ocuparse.

Por años, pese al intenso trabajo de agentes del orden, de varias organizaciones locales, de pláticas, entrega de folletos, Las Vegas aparece a instancia nacional entre las ciudades en que las cifras estremecen, indignan. ¿Es esto lo que queremos, anhelamos para nuestras madres, esposas, hijas, hermanas, amigas, vecinas, compañeras de trabajo, para mujer alguna? La respuesta es un categórico NO. Lamentablemente el mal persiste. Muchos hombres hacen de la convivencia una jungla donde impera la ley del más fuerte. 

En el 2006, hace poco más de 16 años, el movimiento #MeToo provocó una movilización mundial que evidenció la urgente necesidad de prevenir y responder a la violencia contra las mujeres. 

Es innegable, hay una sensibilización, un impulso que no había antes para poner en un lugar prioritario en las agendas gubernamentales este tipo de violencia, salen a relucir leyes, servicios esenciales, estrategias dirigidas a prevenir, pero no basta, hay que encarar la violencia, borrarla para siempre, es un estigma despreciable. La pelea pasa por ganar en conciencia, por la educación, por tener valor para denunciar, y por cerrar filas junto a las abusadas. Urge un activismo fuerte, una labor sostenida que ponga fin a la violencia. 

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