Por Roberto PELÁEZ
Angélica Cervantes acudirá al cementerio, tiene una cita; volverá a encontrarse con el segundo de sus hijos.
Han pasado cuatro años, unos mil 460 días, y esta mujer lo recuerda todo.
“Erick siempre quiso ser policía, desde niño, después cuando tuvo posibilidades compraba chalecos, cintos, esposas... disfrutaba su trabajo, esa era su pasión”.
Se refiere al joven Erick Silva, quien se desempeñaba como security y perdió la vida (fue asesinado) en el triste acontecimiento del primero de octubre del 2017 frente al hotel y casino Mandalay Bay.
“Era un joven alegre, recuerda su madre, le gustaba hacer amigos, bromear, nos hacía reír a todos, me parece tenerlo frente a mi, sonriendo.
“La noche antes platicamos, ‘pronto me van a ascender a supervisor, comentó, la semana que viene me va a salir un buen cheque, quiero ir de vacaciones a Los Ángeles”, me dijo.
“Usted sabe, la intuición de las madres, me vio con los ojos lleno de lágrimas, y preguntó si me pasaba algo... nada, le respondí, acuéstate, mañana debes ir a trabajar.
“Mientras se preparaba, fui a comprarle unos dulces que sé le gustaban mucho, cuando regresé ya se había ido a desempeñar su labor, como siempre lo hacía, muy serio y profesional”, recuerda la entrevistada.
“Si algo tenía Erick, abunda, era lo servicial, le gustaba ayudar a los demás, ni una palabra de todo lo que me han contado de él me sorprende.
“Temprano, nos tocaron a la puerta, un vecino nos dijo que pusiéramos las noticias, prendimos la televisión, comencé a llamarlo a su teléfono y no respondía.
“Después de mucho insistir respondió el teléfono una señora -los ojos de Angélica se humedecen-, me dijo que mi hijo no había podido sobrevivir a los disparos, que alguien vendría a verme a la casa, que no saliera”.
Hace un alto en la plática. Busca en su teléfono una foto del hijo amado, del joven que la abrazaba con fuerza al regresar del trabajo.
“Mírelo aquí Roberto, de niño y después ya un hombre, con deseos de independizarse, pero yo lo retenía... si te vas a otra casa me voy contigo, le decía”, sostiene.
“No salí ni por un minuto, externa, fue el día más largo de mi vida, llegaron personas, primero cinco, después 15, a preguntar por él, abrazarme, y la casa llena de gente, familiares, amigos de todas partes, del gimnasio, del barrio, a mi hijo lo conocían muchas personas.
“Fue a verme una joven con su hijito, a darme las gracias, Erick la había salvado, me contó, de no ser por él no estaría aquí; sé que no está, sin embargo vivo orgullosa de él, de sus acciones, de su entrega al trabajo, de su cariño. Siempre le celebro su cumpleaños, nos reunirnos, escuchamos testimonios, como el del señor que recordó: ‘cuando muchos corrían de aquel infierno, me llamó la atención este joven que ayudaba a la gente, no pude agradecerle, pero lo veré en el cielo y le daré las gracias por su gesto tan noble’. Me estremecí, de tristeza y orgullo”, asevera.
“Pasaron cuatro años, continúa, lo recuerdo todos los días; tengo presente sus palabras, su sonrisa, las ganas que le echaba al trabajo, los planes que hacía para el futuro, los deseos que tenía de vivir, lo llevo aquí (se aprieta el pecho)”, y su voz vuelve a entrecortarse.
Este viernes primero Angélica Cervantes tiene una cita; volverá a encontrarse con el segundo de sus hijos.