Cuando el amor se impone y tiene la última palabra

Por Roberto PELÁEZ

Y una vez más triunfa el amor. 

Cuánto de maldad puede haber en quien aprieta el gatillo y pone fin a una vida, o al menos eso pretende. Y cuánto de ignominia en quien paga, ofrece dinero con la ilusión malsana de que un disparo acalle la voz de un hombre que solo profesa amor y se empeña -una y otra vez- en cuidar de su rebaño.

El 24 de marzo de 1980, en medio de un ambiente en que impera la violencia, Óscar Arnulfo Romero es asesinado por perseverar, insistir en construir la paz sobre la fuerza del amor. ¿Quién puede considerar siquiera que un disparo pueda poner fin a una idea, a una voz? Sólo un cavernícola (s) de marca mayor. 

Paradójicamente, casi cuatro décadas después, el obispo salvadoreño vive, y miles, millones de personas de todas partes esgrimen y defienden sus ideas, las mismas que aquellos trogloditas del gatillo y el dinero no comprenden.  

La misa del pasado domingo 14 por la canonización del obispo Arnulfo Romero en la iglesia Santa Ana, es exactamente eso, una muestra inequívoca de que el amor y la justicia van de la mano... a veces tardan, sin embargo no se quiebran. Centenares de personas colman el local y una cifra similar escucha con respeto desde afuera. Se abre paso el amor, la ternura, el reconocimiento a quien siempre da lo mejor a sus semejantes, defiende a su pueblo aun en los tiempos más difíciles y oscuros.

Es lógico que a veces, muchas veces, el amor y la justicia se demoren, el camino suele tornarse escabroso, abrupto, con espinas... nadie dijo que es fácil, y eso hace más noble, más digna, más humana la obra de Óscar Arnulfo Romero, ésa que él asume con la mayor humildad posible, en defensa de los suyos, de los que quiere salvar para Dios.

Proliferan los asesinatos, aparecen personas decapitadas, algunas bestias hacen del asesinato el pan de cada día; otros, temen por sus vidas, por sus familiares, por su hogar, por lo que pueda pasar mañana, por la carga triste, luctuosa de cada día.

Se enseñorea la violencia en aquel pequeño y hermoso país de Centroamérica, pero en medio del caos se alza una voz, pertenece a un hombre que predica con el ejemplo, enseña a amar, llama a poner fin al desorden y el atropello, el monseñor Arnulfo Romero no ceja y enseña el evangelio... el también está convencido de que el amor todo lo puede, y no está ajeno al peligro, es más, lo conoce, sabe de donde viene, sin embargo no teme.

Los asistentes a la misa por la canonización experimentan algo especial, desde lo alto Jesús los contempla amoroso, pero al lado de cada uno de ellos está aquel hombre designado para salvaguardar  a ‘sus ovejas’, el que cierra filas en un lugar de El Salvador con quienes tienen menos, con los desposeidos.

Y es que el ahora santo Óscar Arnulfo Romero tiene mucho que hacer sobre la tierra, por eso llama a todos a dar amor, a quererse sin reparar en el color de la piel, las posibilidades económicas, las ideas políticas, las preferencias sexuales...

 

Y una vez más triunfa el amor. 

 

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