Adiós al maestro Sergio del Pino

Por Rafael ROMERO

La vida tan hermosa, tan bella, tan única... y con esos golpes bajos que lo estremecen todo, dejan huellas, marcan para siempre, más si perdemos a un ser querido, a un amigo, a una persona que se ganó (por derecho propio) el cariño, el respeto y admiración de tanta gente.

Corren tiempos difíciles, complejos, signados por una pandemia y otras enfermedades, empeñadas en cortar de tajo la vida de tantos familiares, amigos, conocidos.

Marlene Monteolivo, columnista por muchos años de este semanario, sólo atinó a decir unas pocas palabras: “Me acabo de enterar que falleció el maestro Sergio del Pino”. Fue como si algo se rompiera. 

Con un inmenso deseo de vivir, aun en los días más ‘espinosos’, ‘enrevesados’, cuando tenía fuerzas para llegarse a las oficinas, al salón de clases donde por tanto tiempo impartió lecciones de computación, hacía gala del carisma que lo distinguía, del trato amable, de las palabras oportunas.

A los pocos días de conocerme sustituyó mi nombre por ‘cubanito’, para evidenciar, hacer patente el cariño, el aprecio que me tomó, o que nos tomamos.

Enamorado de la vida, de su esposa, de su patria chica, de Puerto Vallarta, siempre con un chiste a flor de labios. 

Cómo no recordarte frente a tus alumnos, en cada graduación, dando un apretón de manos a este, felicitando a aquel, invitando a seguir estudiando. Y llegando siempre, siempre, siempre, hasta la oficina del semanario a saludar a la señora María, a Hilda, a Flor, a Israel... a todos.   

Te aferraste a la vida con uñas y dientes, con todas tus fuerzas, como le está reservado a los grandes, a los imprescindibles, a quienes han entregado lo mejor de sí en favor de los demás. 

 

Gracias por los consejos, tu inmenso amor a México, el brillo en tus ojos al hablar de tu esposa, por tus ansias de enseñar... no tengo dudas, traías en las venas lo de maestro y eso es mucho decir; enseñabas con la mayor sencillez del mundo, como suelen hacerlo los que aman el magisterio y se entregan a él con el mayor desenfado. Gracias amigo.

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